El Congreso de Viena

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Víctor Muñoz Fernández
Apasionado por la Historia, es licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Desde pequeño le encantaba la Historia y acabó por explorar sobre todo los siglos XVIII, XIX y XX.

Tras derrotar a Francia y derrocar a Napoleón, Europa se reunió para dictar las líneas generales de lo que sería la política internacional del siglo XIX. También se buscaba asegurar los distintos postulados monárquicos que habían regido Europa durante el último siglo, frente a las ideas revolucionarias provenientes de la Revolución Francesa. Sería el primer congreso de la Restauración.

Bajo esa premisa de elaboración de las nuevas “reglas del juego”, se reunieron en septiembre de 1814 en Viena los máximos representantes políticos de todas las cortes europeas. El emperador austríaco Francisco I invitó a Alejandro I de Rusia, Federico Guillermo III de Prusia, Federico I de Württemberg, Maximiliano I José de Baviera, Federico VI de Dinamarca, Guillermo de Hesse, al gran duque Jorge de Hesse-Darmstadt y al duque de Weimar, Carlos Augusto. Toda esta aristocracia europea estaba acompañada de la cúpula política de cada país: Klemens von Metternich por Austria, Castlereagh por Gran Bretaña, Nesselrode por Rusia, Talleyrand por Francia y Hardenberg por Prusia.

congreso de viena
Congreso de Viena (1814)

El funcionamiento del Congreso estaba prestablecido de antemano. El poder lo ostentaban las potencias rectoras (Austria, Gran Bretaña, Prusia y Rusia) y se crearon diez comisiones que estarían encargadas de analizar distintos aspectos. Esta división respondía, en realidad, a un intento de los organizadores de no tener que lidiar con el resto de países. De hecho, la asamblea no se reunió hasta la firma del Acta final.

Hubo cuatro temas que dominaron las reuniones: Polonia, Sajonia, Nápoles y el papel de Talleyrand y Francia en el marco del Congreso de Viena. Desde un principio, Rusia quería anexionarse Polonia y “ceder” Sajonia a Prusia. No sólo porque eran tierras mucho más fértiles que de las que ya disponía, sino porque le acercaría al núcleo europeo. Tanto Austria como Gran Bretaña y Prusia se opusieron, a priori, a esta sugerencia.

Los temas del Congreso de Viena se vieron influidos por la noticia del retorno al poder de Napoleón en Francia, quien había conseguido escapar de la isla de Elba y estaba armando un ejército para enfrentarse al resto de países. Los asistentes al Congreso definieron al militar francés como un “peligro contra la paz europea” y formaron una nueva coalición que le derrotó el 18 de junio de 1815.

Respecto a Nápoles, Austria ordenó la restauración de los Borbones en el trono italiano, haciendo fusilar a Joaquín Murat, que era quien ostentaba el título de rey. El motivo es que, aunque en un principio Murat se alió con los austríacos para derrotar a las tropas francesas en Italia, se alió con Napoleón cuando este recuperó el trono.

Al margen de estos asuntos, también se trató el acuerdo sobre la nueva Confederación Germánica de 38 países (que daría lugar al segundo Reich en 1871), la fijación de la frontera de los Países Bajos y la acción internacional contra el comercio de esclavos. Conforme se llegaba a acuerdos, se iban firmando por separado.

El 9 de junio de 1815 se firmó el Acta final del Congreso de Viena que reconstruía y simplificaba el mapa europeo. Las potencias redujeron el número de estados. Querían intentar estados viables, fuertes y capaces de impedir un segundo imperio similar al de Napoleón. Pero, en cualquier caso, llevaron a la práctica el dicho de “quien reparte, se lleva la mejor parte” y se beneficiaron de la división que iban a realizar.

Gran Bretaña consiguió reforzar su poderío marítimo, obteniendo bases para el control del mar del Norte (reino de Hannover), del Mediterráneo (Malta y las islas Jónicas), del camino oceánico de las Indias (Ceilán y El Cabo) y de las Antillas. Fue la nación más beneficiada en cuanto a reparto de territorio en el Congreso de Viena.

Rusia mantuvo Finlandia y Besarabia. Añadió a su reino dos terceras partes de Polonia, con el ducado de Varsovia. Era la recompensa que Alejandro I pensaba obtener, junto con la participación y apoyo a su proyecto de crear la Santa Alianza.

Prusia perdió gran parte de sus territorios polacos pero, en compensación, obtuvo la Pomerania sueca, parte de Sajonia, Renania y la orilla izquierda del Rin. Formaba así un reino dividido y sin conexión entre su parte oriental y su parte occidental. Eran dos bloques sin vínculo material ni tradicional.

Austria renunció a Bélgica pero, al igual que Prusia, recibió grandes beneficios cercanos: las provincias de Iliria, Venecia, Milán, Salzburgo y Tirol. Además, se erigió como la potencia ante la que debían responder los estados alemanes, estableciendo una “Dieta de diecisiete miembros” con sede en Fráncfort y cuyo presidente era el emperador de Austria.

Francia regresó a las fronteras de 1790 y perdió, sobre todo, los territorios que había obtenido en Italia y en el centro de Europa. Luis XVIII volvió al poder tras haber sido derrocado por Napoleón al escapar de Elba, y el absolutismo volvió a instaurarse como sistema político. Talleyrand consiguió que Francia volviese a ser aceptada como una más de las potencias.

A estas reparticiones, se le unió la creación de estados que debían frenar una posible expansión francesa: Países Bajos, Suiza, Prusia renana y Piamonte. Se restauraron monarquías que habían sido expulsadas, como los borbones en Francia y en Italia. El modelo absolutista regresó al viejo continente para hacer frente a las revueltas populares que intentaban imitar el modelo francés de finales del siglo XVIII.

En definitiva, el Congreso de Viena sirvió para restaurar temporalmente la paz en Europa y crear un equilibrio entre las distintas potencias, situando a las cinco grandes (Austria, Rusia, Prusia, Gran Bretaña y Francia) por encima del resto. Klemens von Metternich ideó un nuevo sistema de relaciones internacionales basado en congresos y tratados, que acabaría siendo sustituido por los sistemas diseñados por Otto von Bismarck a partir de 1871.

Sin embargo, la división completamente artificial establecida por el Congreso de Viena trajo problemas a Europa a lo largo del siglo XIX. Por un lado, naciones que deseaban lograr la independencia como el caso de Bélgica y Holanda y por otro, naciones que querían unir los pedazos que se habían repartido las grandes potencias, como Polonia, Italia y Alemania. Además, el congreso tuvo una acogida bastante negativa entre la población. Las fiestas (cacerías, bailes, conciertos, banquetes) que hubo en su transcurso, le otorgaron una aureola de frivolidad, pese a la importancia de los temas que trataban.

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