La Revolución de 1830 en los países que buscaban la unificación

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Víctor Muñoz Fernández
Apasionado por la Historia, es licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Desde pequeño le encantaba la Historia y acabó por explorar sobre todo los siglos XVIII, XIX y XX.

El fuego revolucionario que se inició en París en julio de 1830, pasó por Bélgica y por Polonia antes de llegar a las dos naciones que acabarían buscando la unificación: Alemania e Italia. En ninguna de las dos existía de forma masiva una necesidad de unión, pero tras las Revoluciones de 1830, se instauró en ambas la necesidad de unirse en una misma nación.

"El asalto a la casa de Ciro Menotti" (1887).
«El asalto a la casa de Ciro Menotti» (1887).

En los estados alemanes no existía un sentimiento nacional como el que hizo a los polacos alzarse contra los rusos. Pero gracias a la sublevación belga y a los emigrados polacos, los círculos intelectuales germanos empezaron a tratar el concepto de “espíritu nacional”.

En aquella época había pocos movimientos liberales y fueron rápidamente controlados por Metternich, quien en la Dieta de Fráncfort de 1832 afirmó que toda concesión liberal arrancada por el pueblo a los legítimos soberanos carecía de valor. Fue una reafirmación absolutista que venía a prometer ayuda a cualquier príncipe que se viese amenazado por la revolución. Pero, hasta el momento, las únicas protestas fueron realizadas por estudiantes, que no fueron más allá de actos reivindicativos y propagandísticos.

La zona alemana estaba experimentando grandes cambios económicos que exigían la formación de un mercado unificado de dimensiones nacionales, cosa que hizo Prusia a través de la Unión Aduanera, también llamada Zollverein, en 1834. Pero, aunque la situación era desfavorable, el nacionalismo empezó a extenderse por la población de Alemania, especialmente por los prusianos, quienes acabarían asumiendo el rol de unificadores a partir de 1848.

Por su parte, las insurrecciones de los estados italianos no tuvieron su origen en el nacionalismo, sino que fueron protestas contra el absolutismo de sus gobernantes. Principalmente se focalizaron en los Estados Pontificios y en los ducados de Parma, Módena y Toscana. Las sociedades secretas, en especial los carbonarios, proliferaban en estos territorios y estaban en contacto directo con los exiliados en Francia. Las noticias del alzamiento de París llegaron hasta la península itálica e hicieron que la insurrección empezase en 1831 en Módena.

Las ganas de protestar contra los absolutistas instigaron la creación de comités insurreccionales de la mano de Misley y Menotti en diferentes zonas de Italia. Desde Bolonia hasta Parma, pasando por Florencia, los sublevados salieron a las calles y pusieron al duque de Módena, Francisco IV, al frente de la revolución.

Pero todas las buenas intenciones y las ideas que llevaban fracasaron. El motivo es que, mientras en París una junta libertadora italiana publicaba un manifiesto en el que se abogaba por una solución republicana, los insurrectos preferían a Francisco IV, quien acabó sometiendo a los sublevados por temor a que Austria decidiese invadir su territorio.

La derrota de los italianos no fue un completo fracaso, ya que el sometimiento al que fueron sometidos avivó el sentimiento nacionalista. Los estados provisionales que se formaron enarbolaron la bandera tricolor de la unidad italiana. Poco a poco se fue extendiendo por todas partes, preparando el “Risorgimento” con las tendencias de los republicanos de la Joven Italia de Mazzini, por un lado, y las de los liberales de Gioberti y Balbo, por otro.

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