Islote de sa Conillera, en Islas Baleares. Cuatro enterramientos sin ningún otro vestigio humano más que cuatro cadáveres de corsarios del siglo XVI. Jóvenes, de unos 24 años y de rasgos étnicos mediterráneos orientales, posiblemente de la península de Anatolia. Esto es todo lo que se ha encontrado en los alrededores de la necrópolis del peñón balear, después de una semana de prospecciones arqueológicas a cargo de María José Escandell y Ricard Marlasca, desde que se hallaran las tumbas en enero de 2009.
Los resultados del análisis en laboratorio y de estudio antropológico de los cadáveres suscitarían si cabe aún mayor deleite para los aficionados a las historias de piratas. No sólo por su joven edad y procedencia, sino también porque revelaron evidentes muestras de deficiencia alimenticia y deformación física a costa del duro trabajo de remero y cuyo estudio anatómico testimonia muertes harto lejos de ser agradables, con uno de los cuerpos exento de cráneo, y otros con perforaciones de balas y sablazos de cimitarra por doquier.
Sin contar la necrópolis con un contexto arqueológico completo, tan sólo algunos restos etnológicos como escombros de carbón, pequeños corrales y hornos, los corsarios encontrados en el islote resultan un completo misterio para los historiadores y arqueólogos. Así lo explicaban los expertos el pasado viernes 24 de enero en una conferencia organizada para divulgar el estudio del yacimiento funerario con el cautivador título “Piratas en sa Cornillera“.
El tema da para todo tipo de especulación: si eran turcos y, por tanto, musulmanes, ¿por qué estaban enterrados en una posición impropia para el ritual islámico? Se hallaron incluso restos de ceniza que apuntan a que uno de ellos fue incinerado, algo impuro en el Islam, pero como explican los arqueólogos, sus enterradores, si habían ganado en un tiroteo, no tendrían mucha consideración en otorgarles un digno sepelio. O quizá simplemente fueran ibicencos y desconocieran las costumbres orientales. La cuestión del corsario decapitado podría explicarse porque la entrega de cabezas enemigas al gobernador estaba remunerada.
Los análisis de carbono 14 permiten fechar a los cadáveres en el siglo XVI y determinan una edad joven, de entre 20 y 14 años, pero si fueron enterrados simultáneamente o en diferentes momentos es aún una duda sin resolver. Cuanto más sabiendo que cada enterramiento se había ejecutado de manera diferente: uno cubierto con losas, otro encajonado en una fosa y un tercero cuyos restos fueron simplemente amontonados. Y un último cadáver incinerado.
¿Qué nos queda de todo esto en definitiva? Violencia, tiroteos y una pequeña isla: toda una panoplia de elementos enigmáticos combinados dignos de cualquier relato de piratería. Y para los historiadores, mil preguntas sin resolver y otras tantas centenas de posibles vías de investigación e interpretación. Todo un enigma histórico.