‘La peste negra en Florencia’, de Gustave Flaubert

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Si la epidemia del primer cuarto del siglo XXI ha sido la COVID, la gran pandemia europea del siglo XIV fue la peste negra. Una enfermedad altamente contagiosa y cuyo origen hay que buscarlo en la ciudad comercial de Caffa (hoy Feodosia), en la península de Crimea.

Como hoy por Rusia, la zona estaba entonces asediada por el ejército mongol en cuyas filas se manifestaron los primeros síntomas de esta enfermedad.

Aunque ahora no podamos imaginarlo porque creemos que los viajes están asociados a la modernidad y al desarrollo de los trenes o de la aeronáutica, lo cierto es que el siglo XIV en Europa fue ya una época de gran movilidad, tanto por causas comerciales como debido a las guerras.

Así que la peste se expandió rápidamente por Europa, donde algunas regiones la sufrieron de manera especialmente virulenta.

Fue el caso de Italia y, más en concreto, de la toscana, una región de gran actividad comercial y que perdió a causa de la enfermedad entre el 50 y el 60% de su población.

En toda Europa, la población se redujo en 6 años de 80 millones a tan solo 30.

Es fácil imaginar lo que hubiera sido de la sociedad actual si el COVID nos hubiera afectado así y sin el desarrollo de las vacunas.

Entre las ciudades italianas, Florencia fue una de las más afectadas, pasando de algo más de 92 mil habitantes a poco más de 37 mil.

Como Mann en La muerte en Venecia, Gustave Flaubert utiliza como telón de fondo la tragedia causada por esta enfermedad en la ciudad para, en “La peste en Florencia” –recogido por Carpe Noctem en el volumen Dos cuentos góticos−, dar un giro argumental truculento a la vida real de los hijos de Cosme de Médici y Leonor Álvarez de Toledo.

Comparece, así, por primera vez en la obra de Flaubert el crítico social de fuerte carácter en que después se convertiría. Hay al menos dos pasajes en la obra de gran crudeza y de no poca actualidad.

En ellos, el autor alerta contra la tendencia de los poderosos a comportarse de manera irresponsable durante las pandemias.

Primero, cuando enfatiza que Cosme de Médici, como un Boris Johnson del Renacimiento, organiza fastos en su palacio para «distraer al pueblo de los siniestros acontecimientos que los preocupaba».

Y, después, cuando se hace pasar por muerte por causa epidémica lo que a todas luces ha sido un asesinato palaciego.

A Flaubert la enfermedad, en cualquier caso, no le era ajena. Hijo de un médico, creció cerca de todo tipo de patologías y no muy alejado de la muerte, puesto que su casa natal estaba muy cerca dell hospital donde ejercía su padre en Rouen.

De hecho, hoy el museo de Flaubert se ha instalado  en el antiguo hospital de la ciudad donde Achiles Cléofas Flaubert, su padre, era cirujano-jefe.

En La peste en Florencia la rivalidad entre los dos hermanos Medici –que recuerda a la bíblica de Caín y Abel, porque la envidia de honores es el motor principal de la misma−, Flaubert edifica una de sus principales escenas en un palacio en fiesta continua donde la gente va cayendo al suelo, a veces presa de la ebriedad, otras veces víctima de la enfermedad.

Como si la ciudad quisiera despedirse de la vida, o distraer al menos su impotencia ante la muerte invisible de la peste, a través de un carnaval sin fin, melodramático y de alguna manera perverso.

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