La revolución como motor del progreso social: las protestas en Wukan

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Las revoluciones sociales son el motor de la evolución cultural humana. Son acontecimientos excepcionales, a menudo violentos y traumáticos, iluminados por esa guía a la que todo ser humano aspira en ésta vida, la libertad.

Ya sea desde la Francia revolucionara de 1790 a la aún en ciernes Primavera Árabe, estas revoluciones transforman las organizaciones de las Naciones, la configuración de los estratos sociales y las ideologías dominantes.

Protestas en Wukan, China

Hoy, en 2012, quizás seamos más conscientes que nunca, del poder de los ciudadanos y de cómo éste, unido, tiene la capacidad de influir en el desarrollo político de forma directa.

Puede, y esto no es más que una reflexión propia, que sea esta globalización que tanto mal ha hecho en muchos sentidos, la que esté facilitando y la que facilitará en ésta segunda década del siglo XXI la culminación de los nuevos modelos políticos y culturales que ya se están generando y que no significan otra cosa que un incremento de la interacción real de la sociedad en el devenir de los Estados.

Después de que el año pasado el mundo quedase conmocionado por las revueltas del mundo árabe, las cuales no han hecho más que empezar, otro gran gigante de la represión y corrupción comienza a sentir los efectos de un pueblo que se despereza buscando justicia. China parece que se consolida como el epicentro de futuros cambios en el mundo asiático.

Recientemente se ha dado a conocer que en la localidad costera de Wukan, en China, sus ciudadanos han conseguido hacer justicia, han conseguido ganar su primer pulso a la corrupción.

La rebelión popular se inició el pasado mes de setiembre cuando el campesinado de la región harto de las constantes expropiaciones forzosas de los funcionarios locales para urbanizar el suelo con complejos de lujo, tomó conciencia de su situación y decidió enfrentarse a aquello que le era injusto.

El alzamiento popular no exigía más que la devolución de aquello que por derecho les pertenecía, unas tierras que habían heredado de sus padres y abuelos y que con su sudor habían trabajado durante toda su vida con gran ahínco. La respuesta del gobierno no se hizo esperar y Wukan fue sitiado por los cuerpos militares.

La represión fue dura, hubo prisioneros, torturas y asesinatos, como el del líder del alzamiento, Xue Jinbo, que murió tras presuntas torturas policiales. Seguramente todo hubiera acabado en una brutal represión y la ejecución sumaria de sus responsables, pero he aquí que ese mundo globalizado, esa “Aldea Global” de comentaba, tiene sus virtudes, como la fácil y pronta expansión de las noticias, de los acontecimientos, de las ideologías, del cambio.

Los propios ciudadanos de Wukan, haciendo uso de las nuevas tecnologías y con ayuda de los medios de comunicación desplazados, dieron una repercusión internacional al movimiento, y gracias a ello han conseguido, al menos por el momento, ser escuchados y atendidos en sus peticiones, consiguiendo derrocar a un podrido grupo político local.

Wukan es tan sólo uno de los 182.000 conflictos sociales contabilizados en el país asiático, y esta pequeña conquista, que vuelvo a repetir no es sino la devolución y reparación de aquello que legítimamente les pertenece, ha supuesto un pequeño brillo de esperanza para muchos hombres y mujeres inmersos en conflictos de similar naturaleza.

Quién sabe si quizás, estemos ante el comienzo de una revolución social china, una nueva era de progreso en el ámbito de los derechos fundamentales, ahora que el mundo asiático cobra cada vez una mayor relevancia internacional.

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