Neandertales del norte de la Península competían con los osos por las cuevas

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Noemí Álvarez
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hombre de las cavernas y oso
Recreación artística de una mujer neandertal y un oso de las cavernas. Crédito: José Antonio Peñas | Sinc

Sinc.
En 1996 arqueólogos de la Universidad del País Vasco y la Sociedad de Ciencias Aranzadi comenzaron a excavar en tres cuevas del valle del Deba y del Urola en Guipuzkoa. Su trabajo ha revelado la actividad de las cuevas durante el final del Pleistoceno Medio y comienzos del Pleistoceno Superior. El investigador que encabeza el estudio, Aritza Villaluenga Martinez, declaró: “En estas cavidades se dio un fenómeno particular hace 130.000 y 120.000 años, ya que las ocupaciones de humanos y osos de las cavernas se alternaron. Esta era una época prácticamente desconocida en la cornisa cantábrica hasta hace pocos siglos”.

Las tres cuevas están ubicadas en el corredor geográfico que une de la forma más directa el extremo suroeste de Europa y el interior de la Península Ibérica. Si se remonta el valle del Deba se alcanza la cabecera del Ebro y la meseta castellana. Atapuerca se halla a 120 kilómetros en línea recta. La presencia de útiles de cuarcita demuestran dichos contactos porque ese material sólo aparece en el valle del Ebro.

Al parecer varios grupos humanos frecuentaban estas cavidades. En una de las cuevas, Lezetxiki II, se encontraron restos recientes del mono de Gibraltar y del ratón de los abedules, especies que vivían en bosques caducifolios. No obstante, la especie más abundante en las tres cuevas es la del oso de las cavernas. “Hemos hallado esqueletos enteros de este animal, que podía medir hasta 3 metros de altura y pesar cerca de 600 kg. Sabemos por los restos óseos que algunas cuevas estaban ocupadas por grandes machos, mientras que la de Astigarragako Kobea la usaban las hembras para dar a luz y criar a los oseznos durante los primeros meses” dice Villaluenga.

Los neandertales que vivían en estas zonas cazaban caballos y bóvidos y se veían obligados a competir en este espacio con otros carnívoros, como leones de las cavernas o leopardos.

Aunque no existen testimonios claros de la interacción entre humanos y osos, los científicos han hallado en los mismos niveles arqueológicos útiles líticos y restos óseos aportados por los humanos, junto a restos de osos de las cavernas y otros animales.

En un estudio publicado en la revista Journal of taphonomy, Villaluenga comparó la información recogida de los restos de fauna y los útiles líticos humanos de otras dos cuevas de Guipuzcoa, las de Labeko Koba y Ekain, de la época de transición entre el Musteriense y el Paleolítico Superior.

El estudio de las marcas de corte o de dientes de carnívoros, junto el tipológico y tecnológico de los útiles líticos en diferentes estratos reveló una compleja utilización de estas cuevas.  “Los restos óseos y la tafonomía indican que aquí los humanos también debieron competir con carnívoros, hay presencia de hiena de las cavernas en ambas cuevas, de cánidos y de osos de las cavernas”, indica el arqueólogo.

Las hienas  y los lobos ocupaban las cuevas como áreas de refugio y allí llevaban los restos de sus presas o incluso se alimentaba de los restos de osos muertos en las cuevas durante la hibernación. Labeko Koba, por su parte, era una trampa natural de la que los humanos se aprovechaban para conseguir carne de los animales muertos en su interior.

En ambas cavidades descubrimos uno de los pocos niveles arqueológicos adscritos al Chatelperroniense. Este periodo cultural solo se ha identificado en el suroeste de Francia y la cornisa cantábrica, y es objeto de debate, ya que pudo coincidir con los últimos neandertales justo antes de su extinción”, apunta Villaluenga.

La opinión de los científicos es que las cuevas no eran lugares de residencia humana durante Chatelperroniense, sino que eran refugios temporales y un medio de conseguir animales que habían quedado atrapados en la cavidad de forma natural. En periodos posteriores sí que se convirtieron en lugares de residencia.

Los resultados de este estudio aumentan los conocimientos de una fase de transición entre los últimos neandertales y los primeros humanos modernos, en la que también se había competencia con otros carnívoros por los espacios de refugio.

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