Lo que hoy llamaríamos un filántropo, en la antigua Roma era el evergeta, pero con fines interesados aunque sean de forma indirecta: ganar dinero y títulos políticos siendo “generoso“.
¿Qué obtenían? Favores y autoridad, tanto ante políticos como entre la población, demostrando su «generosidad» sin importar el coste que le llevara.
Era muy frecuente que repartiesen pan, traído desde cualquier parte del imperio, entre la población más pobre, al igual que era posible verles en las carreras de caballos y cuadrigas, un arma muy potente para ganarse al pueblo, sobre todo identificándose con uno de los “colores” de equipo y financiándolo sin importar los resultados.
Recordemos que de Roma es célebre la frase «pan y circo», y no en vano ha sido creada.
Sin embargo, no se debe confundir el evergetismo con el clientelismo. El clientelismo podríamos considerarlo un sistema mafioso por el cual, cuando algo se te era dado, tu debías quedar al servicio de quien te lo ha ofrecido.
El evergeta por el contrario, no esperaba nada a cambio, pues sabía que su simple acto le daba la autoridad necesaria ante quien recibía su favor, contando con adeptos incondicionales por su propia causa.
Es importante no confundirlo con un mecenas.