Reseña de ‘Alarico el Godo’ de Douglas Boin

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Nacido cerca del río que marcaba la frontera entre el Imperio y el territorio de los godos, a quienes los romanos consideraban unos «bárbaros» violentos e incivilizados, Alarico tuvo una infancia dura: separado de los brazos de sus padres, creció sin los privilegios de la supuesta pax romana en una sociedad fracturada donde la intolerancia y los prejuicios contra los extranjeros estaban a la orden del día.

Años después, Alarico buscó la gloria alistándose en el Ejército imperial, pero, a pesar de sus hazañas militares, Roma le negó una y otra vez convertirse en ciudadano de pleno derecho. 

Decepcionado ante tal injusticia, su grito de furia congregó a los godos marginados y los convenció para marchar contra el opresor y poner fin a su injusto gobierno. 

El historiador Douglas Boin nos revela con maestría narrativa una cara desconocida del mundo romano, consumido por las guerras civiles, la intolerancia religiosa y la discriminación hacia los forasteros, y relata la rebelión de un hombre en busca de respeto y dignidad. 

En Alarico el Godo cobra vida la compleja, plural y abierta sociedad de los godos, totalmente alejada del estereotipo de los «bárbaros» y cuyo legado ha dado forma a nuestro mundo. 

Reseña de ‘Alarico el Godo’

Un imperio injusto niega la ciudadanía a un inmigrante con mucho talento y, a modo de represalia, este inicia un ataque sorpresa contra una de las amadas capitales culturales de dicho imperio, Roma.

Su evolución de muchacho lleno de ambición a adulto desencantado se produce paulatinamente a lo largo de cuatro décadas. 

Con todo, tras su muerte (en el siglo v d.C.), será recordado como el extranjero que obligó a los políticos más poderosos de su época a replantearse a quién tildaban de «bárbaro».

Cambió la historia y, aun así, su perspectiva nunca ha sido contada. Se llamaba Alarico, y esta es su versión. 

Nacido junto a un río que separaba a dos países, sobrevivió a una política fronteriza que apartaba a los hijos inmigrantes de sus familias, cosechó un éxito fulgurante como soldado y se convirtió en un líder muy respetado por su pueblo, los godos. 

También vio cómo truncaban su sueño de alcanzar la dignidad básica que suponía la ciudadanía en una época de parálisis política, una frustración que lo convirtió en el paladín de su gente y en enemigo del Imperio romano. El tiempo no ha visto con buenos ojos los actos que realizaron él y los suyos. 

Desde el periodo medieval hasta la actualidad, toda nueva tendencia que ha surgido y que se ha desviado de alguna forma de las normas de la sociedad se ha catalogado siempre con un término que deriva de este pueblo: «gótico».

La arquitectura evocadora e inquietante, los relatos de terror perturbadores y un tipo de letra oscura e intimidante han sido bautizados con este adjetivo desde una perspectiva de crítica hostil. 

Un ritmo pospunk solitario celebra su carácter temperamental, igual que una subcultura moderna que abraza lo sombrío, lúgubre y macabro. Si ser denominado «romano» siempre ha sido sinónimo de tradicional o clásico, ser «gótico» es ser distinto y, a menudo, un tanto bárbaro. […] 

Al contrario de lo que creían los romanos, los godos sí que hicieron contribuciones imperecederas a la historia mundial. Establecieron tradiciones legales que configuraron la historia de la España, Portugal, Francia e Italia modernas. 

En su lucha por la decencia y la integridad, redujeron a cenizas el fanatismo arraigado en nociones anticuadas del concepto de ciudadanía.

Con una clarividencia extraordinaria, enarbolaron los valores de la tolerancia religiosa cuando muchos cristianos de la época perseguían la herejía, imponían leyes morales muy severas a la sociedad y declaraban ilegal la libertad de expresión religiosa. 

Durante siglos, los godos del valle del Danubio cosecharon los beneficios de una estrecha relación con sus vecinos. 

Sin embargo, las fronteras de Roma siempre fueron una zona conflictiva propensa a que estallaran las hostilidades y en la que se daba un caldo de cultivo ideal para la xenofobia.

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