Los manuscritos estaban ahí, pero nadie los había descubierto hasta ahora. Hace nada más y nada menos que sesenta años, un equipo de excavación arqueológica rescató tres tefillines en una cueva de Qumrán, una especie de tiras finas de pergamino que los fieles judíos enrollaban en sus brazos para que los textos antiguos les acompañaran durante sus oraciones.
Cerrado durante décadas y custodiado en el Museo de Israel en Jerusalén, los tefillines o filacterias han sido estudiados en detalle y han revelado nueve manuscritos hasta ahora desconocidos.
Muy poco se sabe de la secta de Qumrán que habitó las cuevas de esta región y que profesó una religión judía muy distinta de la ortodoxa.
Los textos religiosos que produjeron los miembros de esta comunidad eremita se han conservado gracias a las condiciones aislantes y de humedad de las grutas de las cuevas, que poseen el ambiente idóneo para proteger el pergamino del paso del tiempo.
El descubrimiento de estos nuevos manuscritos ha sido revelado durante una conferencia sobre la secta de Qumrán y sus grutas en Lugano (Suiza).
Como explicaron los expertos, los tefellines fueron examinados con avanzadas técnicas y con suma delicadeza, dada la fragilidad de los mismos, y desvelaron tres pergaminos incrustados en cada una de las filacterias.
Ahora las investigaciones se están centrando en el contenido de los propios manuscritos.
Pero si algo queda claro del descubrimiento en sí es que las cuevas de Qumrán aún tienen mucho que contarnos acerca de las antiguas escrituras sagradas y que todavía hay textos por descubrir y analizar en el área del Mar Muerto.
Del mismo modo, es destacable la manera en que ha evolucionado la investigación histórica, con una metodología pionera y de tecnología punta que ha permitido encontrar lo que parecía imposible hace 70 años.