“En (el) nombre de Dios amén. MCCCLXXXVIII a XXI de julio Al Señor Anthoni Macasser etc., muchos saludos; en este día os hemos mandado a Jacme Texsandier pagar doscientos cincuenta florines por la 1º letra […] que son por el valor que aquí satisface Johan de Cazales […] Dios os guarde.”
Letra de cambio de Barcelona, 1388.
Si de los Consulados del Mar (que eran, en definitiva, tribunales de mercaderes que regulaban una jurisdicción respecto al comercio marítimo y demás) en Barcelona, Valencia y Mallorca, surgieron consejos antipiratería y cónsules de ultramar reales, de las primeras compañías acumuladoras de capital se forjaron los futuros banqueros del siglo XIV: los cambiadores de monedas.
Éstos, ganaban beneficios realizando pagos monetarios a los acreedores que disponían los clientes de manera escrita (he aquí el cheque bancario).
Con la banca florecieron muchas maneras creativas de conseguir dinero urgentemente según el pago aplazado o los créditos mercantiles.
Aunque la usura (el lucro) era mal vista por las autoridades morales-eclesiásticas, seguía existiendo beneficio pues se instituyó el cambio de moneda (con lo cual el importe del préstamo era menor al del pago).
La novicia letra de cambio, dentro de la rama del pago aplazado, permitía adquirir mercancías en una ciudad y pagarlas en una extranjera con otro tipo de moneda, claro.
El oficio estuvo severamente intervenido por medios gubernamentales (Las Cortes y la Corona) para establecer garantías que restituyeran el reintegro a los banqueros cuando daban créditos sin control usando depósitos de los clientes.
Está claro que de donde no hay no se puede sacar. Y los mercaderes, pese a las restricciones que les imponían, se convirtieron en el motor de las ciudades durante mucho tiempo.