Una investigación publicada en Journal of Archeological Science (Diario de la Ciencia Arqueológica) profundiza en los retos del cambio climático que la civilización aborigen tuvo que afrontar en la última Edad de Hielo, hace más de 20.000 años.
“Las dimensiones del cambio fueron tremendas”, afirmó en profesor Ulm, investigador en el proyecto y director diputado del centro de JCU para el Medioambiente Tropical y La Ciencia Sostenible. “Los lagos se secaron, los bosques desaparecieron, los desiertos crecieron y diversas especies se extinguieron”.
Las temperaturas anuales cayeron 10 grados menos que los niveles actuales, favoreciendo la aparición de glaciares como los de las Montañas Nevadas y Tasmania. El nivel del mar se redujo en 120 metros, conectando Australia con Papúa Nueva Guinea y Tasmania, según el experto.
El equipo de investigadores se forma por australianos de las Universidades de James Cook, la Nacional Australiana y la del Sur de Gales junto con expertos de la Universidad de Oxford y de Simon Fraser, en Canadá. Emplearon técnicas geoespaciales avanzadas para analizar datos arqueológicos de radiocarbono en todo el territorio australiano en un intento de “comprender cómo reacción los pobladores de esta época a estas condiciones extremas”, declaró Ulm.
Pudieron constatar que en tiempos de tensión climática, las poblaciones de humanos se unieron en refugios medioambientales con buenas provisiones de agua, junto a ríos de gran tamaño para asegurarse los recursos naturales de agua y comida. A modo de ejemplo, esto se produjo en los Alpes de Australia (Victorian Alps).
El colaborador del estudio, Alan Williams, de la Escuela de Medioambiente y Sociedad de Fenner, de la Universidad Nacional Australiana, destacó la necesidad de adaptación a las condiciones de esos grupos aborígenes, que abandonaron un 80% de Australia en última Edad de Hielo.
“Los restos arqueológicos demuestran cambios muy importantes en el modo de asentamiento y subsistencia de la época”. Se dieron, pues, cambios hacia prácticas de caza, el tipo de alimentos que consumían, e incluso las tecnologías que empleaban y desarrollaban, necesarias para adaptarse al nuevo ambiente. Todo ello “había supuesto un gran impacto para las relaciones sociales y las creencias religiosas, aunque es más difícil detectar estos fenómenos en la documentación arqueológica”, confirmó Ulm.
El profesor concluyó que lo que sí es claro es que el cambio climático supuso una “reorganización social y económica de la sociedad”.