Collares desenterrados en 1911 en el cementerio de Gerzeh, a 70 kilómetros al sur de El Cairo, han sido la prueba definitiva para verificar que los antiguos egipcios utilizaban fragmentos de meteoritos para la elaboración de sus abalorios.
Hallados en este lugar, que data de entre 3350 y el 3600 antes de Cristo, los investigadores de la Open University y la Universidad de Manchester han encontrado la evidencia en la composición de los collares, ya que éstos son ricos en níquel y hierro.
Esta hipótesis ya se cuestionó en 1980 cuando a pesar de existir esta opción de elaboración se concluyó en que eran intentos de fusión temprana. Posteriormente, el hallazgo de Gerzeh, fue cedido por el Museo de Manchester a la Escuela de Materiales de la Universidad, lugar en el que mediante pruebas adicionales basadas en rayos x y microscopio electrónico se confirmó que el origen de los materiales eran fragmentos de meteoritos.
A pesar de que hoy en día no dotamos al hierro de excesiva importancia, los egipcios, al contrario que nosotros, pensaban que tenía propiedades mágicas y religiosas por el mero hecho de haber caído desde el cielo y por ello muchos de los objetos elaborados con este material fueron introducidos en las tumbas.