Se podría decir que Salah al-Din Yusuf o Saladino como se le conoce popularmente, fue para los musulmanes un gran héroe medieval, del mismo modo que para occidente pudo ser “El Cid”, Roldán o el propio Carlomagno.
La importancia de Saladino en la Historia fue la de ser uno de los pocos, sino el único, líder musulmán medieval que fue respetado no sólo entre los seguidores de Alá, sino entre sus enemigos potenciales de occidente.
La razón de ello es que Saladino fue para su pueblo un gran líder, capaz de unificar a los distintos pueblos de Siria y Egipto en un solo gobierno (algo que parecía prácticamente imposible) al mismo tiempo que se erigió como paladín del Islam contra los invasores cruzados y la opresión de sus guerras de fe.
Fue Saladino quien combatió el fuego con fuego convocando su propia Yihad, su propia guerra santa, dando al conflicto armado con los cruzados un nuevo cariz, una verdadera guerra religiosa más allá de la simple conquista de territorios.
Además, Saladino aglutinó ciertos valores que le erigieron como uno de aquellos monarcas de la antigüedad: culto, honesto, justo, inflexible en batalla y clemente en la victoria. Y fueron precisamente esas virtudes las que le hicieron ganar el respeto de occidente, pues encarnaban en aquellos tiempos el ideal del perfecto caballero.
Saladino: enemigo de la cristiandad
En un primer momento, sin embargo, las cosas fueron bien distintas. Saladino había derrotado al gran ejército cruzado que había mantenido el control de Jerusalén desde su llegada a aquella árida tierra, en la batalla de Hattin.
Allí murieron cientos de caballeros cristianos, un duro revés para las fuerzas europeas en Las Cruzadas que provocó una marea de odio y desprecio hacia aquel enemigo de la “verdadera fe”.
Saladino, ajeno a tal situación aunque poco le hubiese importado el conocer tales avatares, prosiguió su campaña militar con el fin de expulsar a los extranjeros cristianos de las tierras del Islam.
Así, su segundo gran paso fue reconquistar Jerusalén, la pieza clave de aquella guerra. Y he aquí que la imagen del gran caballero musulmán hizo enmudecer a occidente.
El Sultán de Siria conquistó Jerusalén, pero a diferencia de lo que hicieron los cristianos en su conquista, éste perdonó las vidas de sus habitantes civiles si estos abandonaban la ciudad, un noble hecho que no pasó desapercibido para los cronistas europeos.
La Tercera Cruzada: Saladino un honorable enemigo
Al enterarse de tan trágica noticias, el Papa Urbano III convocó de nuevo a cientos de caballeros para recuperar el Santo Sepulcro en manos ahora de Saladino.
La respuesta no se hizo esperar y una gran alianza de monarcas europeos se encaminó rumbo a Jerusalén.
Entre aquellos hombres, tres destacaron sobre el resto, Federico I del Sacro Imperio Romano Germánico, el rey francés Felipe II y el monarca inglés Ricardo I «Corazón de León».
Afortunadamente para Saladino, las cosas se complicaron para el ejército cruzado puesto que Federico I murió ahogado en un río de Anatolia y su ejército se disgregó regresando a su país, y tiempo más tarde las disputas entre el monarca francés y el inglés se saldaron con el abandono del primero, quedando reducido de forma drástica el ejército cruzado.
El «Corazón de León» distó mucho de ser un honorable monarca, por mucho que pese a algunos historiadores ingleses, teniendo más de hooligan que de verdadero hombre de estado, cometiendo una y mil tropelías como la ejecución sumaria de más de 3000 prisioneros musulmanes ante las puertas de Acre, por lo que pronto se había olvidado el gesto del Sultán con los prisioneros cristianos en la reconquista de Jerusalén.
Con todo, Ricardo I y su ejército consiguieron una gran victoria sobre Saladino en la batalla de Arsuf, acabando con la racha de invencibilidad del líder musulmán y con el tiempo, aunque Saladino jamás perdonase la grave falta de Ricardo con los prisioneros de Acre, ambos monarcas llegaron a un punto de entendimiento, respeto y diplomacia.
En este punto es de resaltar que cuando el monarca inglés cayó enfermo, Saladino, lejos de esperar que aquel enfermase y muriese, mandó a su propio equipo médico en ayuda de su respetado enemigo.
Sin duda, éste fue otro de los grandes gestos del líder islamita que contribuyó a su favor en las crónicas de la Historia.
Tiempo más tarde, cuando la acuciante necesidad de Ricardo por regresar a su antiguo trono ahora usurpado, podía haber significado la victoria incondicional de Saladino, éste volvió a sorprender con un nuevo gesto, sentándose ante su enemigo y firmando un armisticio que supusiese ventajas para ambos: Jerusalén permanecería bajo control musulmán, pero se concedía a los cristianos el derecho de peregrinar y orar libremente en Jerusalén.
Siempre he admirado al caballeroso sultán Saladino. Tus comentarios han enriquecido lo que yo sabía de este gran personaje de la historia. atte A Aguiar