El fracaso del Gran Estado Teutónico

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Hace unos días os hablábamos de la Orden de los Caballeros Teutónicos, una orden religioso-militar fundada durante la Tercera Cruzada en Tierra Santa, similar a la de los caballeros hospitalarios y caballeros templarios.

Aunque nunca tuvo un peso tan relevante en aquellas lejanas tierras como lo tuvieron el resto de órdenes militares, el verdadero protagonismo de los caballeros teutónicos no residió en las cruzadas en las que participaron en Trípoli, sino las que se llevaron a cabo en el territorio europeo, en Prusia y las tierras del Este.

Ilustración sobre la victoria teutónica sobre Prusia

Desde el siglo X, el Cristianismo tenía la férrea intención de asentar su credo en las paganas tierras de Prusia y sus vecinos del Este. A tal efecto se habían establecido campañas militares en Prusia, pero la resistencia de este pueblo a abrazar la fe cristiana hacía peligrar cualquier misión de conversión.

Así, en 1217, varios cargos de la Iglesia germana solicitaron la protección de los cruzados para defender sus conventos y el papa Honorio III emitió una bula en marzo para la cruzada en esas tierras. La primera Cruzada Prusiana fue organizada en 1221. Aquella misión fracasó, lo que obligó al duque Conrado I de Mazovia a solicitar la ayuda de los caballeros teutónicos en 1224.
El Hochmeister (el gran maestre) escarmentado tras el conflicto húngaro en el cual se les privó de las tierras que previamente habían conquistado, no quiso iniciar la cruzada hasta saber que contaba con la aprobación del Emperador y del Papa. Las negociaciones se prolongaron durante varios años pero al final se firmaron sendos acuerdos con el Emperador en Rímini y el duque de Polonia en Kruzswica, que concedían la posesión de las nuevas tierras a los caballeros. Esta vez, el sueño de crear un territorio teutónico comenzaba con buen pie.

La base de operaciones se estableció en Vogelsang, donde se construyó un castillo cerca del Elba en 1228. Allí la Orden tenía 20 caballeros y 200 sargentos a las órdenes del Frater Hermann Balke, quien comenzaría la pacificación de la provincia de Kulm. Poco sabían en aquel entonces los teutones, que aquella cruzada no iba ser tarea fácil.

Aquellos territorios no eran como las grandes planicies de Tierra Santa o como los grandes valles alemanes, donde la caballería pesada no tenía freno posible. Aquella tierra era bien distinta, cubierta por entero de páramos, lagos y densa vegetación.

Se solían suceder las emboscadas por parte de las tribus nativas, allí donde los pantanos y los densos bosques se conformaban como un gran hándicap para las tropas de caballería. Los caballeros no podían cargar en formaciones amplias, debían romper sus líneas para poder maniobrar en aquel accidentado terreno y eran asaltados, desmontados y acuchillados en el suelo, o peor aún, hechos prisioneros.

Las crónicas nos narran el dramático fin que tenían los prisioneros de aquellas bárbaras tribus. Eran quemados vivos dentro de sus armaduras, como s fuesen una pieza de asado. Pero los caballeros eran grandes estrategas, no simples tribus belicosas que acechaban tras la foresta. Pronto idearon la forma de hacerles frente y la Orden pasó los siguientes dos años eliminando de forma sistemática toda resistencia, construyendo torres y fortificaciones, quemando poblados y exterminando a todo aquel que no aceptase el cristianismo.

En 1239 el territorio estaba prácticamente conquistado y la orden dividida en tres facciones que controlaban los puntos estratégicos. La facción alemana se encontraba fundamentalmente en el Sur y Suroeste de Alemania, la rama prusiana incluía los territorios conquistados con centro en Marienburg y administrada por un Landmeister y la nueva provincia de Livonia, administrada por el Landmeister Hermann Balke.

Sin embargo, como ya se había demostrado en Tierra Santa, la orden era sumamente codiciosa y seguía ambicionando tierras y poder. En 1242 intentaron una ambiciosa campaña en Livonia, con la que pretendían adueñarse de nuevos feudos a costa de otros cristianos, los rusos ortodoxos. La Orden se enfrentó el 5 de abril con el ejército ruso al mando del príncipe Alexander Nevsky, que les cercó obligándoles a combatir sobre el helado lago Peipus.

El Estado Teutónico en 1260

La caballería rusa era un tipo de caballería ligera y semiligera, diseñada específicamente para combatir sobre aquellos páramos helados a gran velocidad. Los cruzados alemanes cuentan que se burlaron de aquellas tropas poco acorazadas y pensaron que aquel vasto territorio helado era ideal para una carga de caballería pesada a la antigua usanza.

Así, tras varias andanadas de flechas que diezmaron al poco protegido ejército ruso, se lanzaron al galope en pos de aquellos infantes y jinetes ligeros. El denso hielo ruso parecía aguantar el peso de los jinetes acorazados sin problemas y las primeras bajas se decantaron a favor de la orden teutona.

Sin embargo, según avanzaba la batalla y retrocedía el ejército ruso el hielo se iba agrietando, y cuando se lanzó la carga decisiva con decenas de jinetes pesados, el suelo cedió. La prácticamente totalidad del ejército de la Orden se hundió en las gélidas aguas del lago para no volver a salir a la superficie.

Aquel aciago día, el ejército teutón sufrió una grandísima derrota que animó a los pueblos prusianos subyugados a plantearse una sublevación. No tardaría mucho en propagarse un odio visceral hacia la Orden por parte de lituanos y polacos, quienes se enfrentaron en la trágica batalla de Grünwald, que puso fin al poder teutón y al viejo sueño de crear su propio Estado en Europa.

Imagen mapa: S. Bollmann en Wikimedia

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