Hace unas semanas os informábamos de un estudio que analizaba las grandes epidemias de la historia, como la Peste de Justiniano y la Peste Negra y advertía de la posibilidad de que estas reaparezcan en la actualidad. Estas teorías han calado entre la comunidad científica, que ha centrado su atención en el estudio de virus antiguos que podrían volver a esparcirse entre la población contemporánea.
En este caso, un grupo de investigadores del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia ha llevado a cabo un análisis de un virus «gigante» de hace 30.000 años que se encontró en Siberia en el año 2000 congelado en una capa de permafrost. Doce años después del descubrimiento, el equipo francés, alentado por haber conseguido revivir una planta de la misma antigüedad, se planteó la posibilidad de que también podrían devolverle la vida a aquel virus y poder así analizar sus componentes y los efectos que tuvo entre los seres vivos del entorno.
El llamado ‘phithovirus sibericum‘ y sus efectos salieron a la luz cuando se mezcló un cultivo de amebas con los restos de permafrost en que quedó atrapado, que infectó a los microbios acabando repentinamente con la vida de algunos de ellos. Los investigadores pudieron entonces tomar muestras y realizar los análisis morfológicos y epistemológicos de este extraño virus que quedó atrapado en el hielo de Siberia. Como muestran los resultados publicados en la revista PNAS, sus dimensiones alcanzan las 1,5 micras de longitud y 0,5 de diámetro.
Estas tipologías de virus gigantes no son tan infrecuentes entre la naturaleza y pueden encontrarse en el fondo marino o incluso en la sangre de algunas personas. Por ejemplo, el ‘pandoravirus‘, que fue descubierto este mismo año es uno de ellos. Sus dimensiones multiplican por mil las del virus común de la gripe. Pero el nuevo microbio siberiano ha resultado ser aún más grande, superando al pandoravirus y alzándose como el mayor de la Tierra hasta ahora conocido.
El equipo de expertos dirigido por Chantal Abergel, con estos descubrimientos de virus gigantes que incluyen a los ‘pandoravirus‘ y los nuevos ‘phitovirus‘, han publicado teorías en torno a la existencia de una cuarta dimensión de la vida en la Tierra que han armado gran revuelo y debates entre los expertos. Con la reciente aparición de virus que alcanzan los tamaños de una célula común, parece haber un punto de conexión entre las esferas de la vida propias de los microbios y las células, más grandes, y las de los virus, que tienen un tamaño mucho menor y, por tanto, modos de vida y reproducción diferentes.
Aunque estos agentes víricos gigantes no suelen atacar a los humanos, únicamente a otros organismos unicelulares como las amebas, Abergel afirma que el cambio climático y la consecuente descongelación de los hielos podrían hacer reaparecer a estos virus prehistóricos: “el hecho de que podamos contraer una infección viral de un neandertal que llevaba mucho tiempo extinto es una buena demostración de que la noción de que un virus puede ser erradicado del planeta es incorrecta y nos da un falso sentido de seguridad”.
Las capas de permafrost que se van descongelando poco a poco cada año no suelen superar los 50 centímetros, y el virus se encontró a 30 metros de profundidad, por lo que parece que en principio no habría ningún peligro. El problema es que cada vez la capa que se descongela es mucho mayor, y muchas prácticas humanas denunciables como la explotación minera intensiva y las perforaciones petrolíferas, así como la contaminación atmosférica, contribuyen a acelerar estos procesos naturales.
Con todo, y aunque se diera el caso de que alguno de estos virus se desatara, microbiólogos como Manuel Martínez de la Universidad de Alicante creen que el riesgo de peligro es muy limitado e incluso que estos patógenos podrían tener efectos beneficiosos para el ser humano, como muchos otros virus conocidos: “ahora habrá que evaluar cómo afecta este fenómeno, si es que lo podemos hacer”, apunta. Así mismo, cree que es posible que este virus viva actualmente en lugares recónditos como el subsuelo marino sin que haya podido ser detectado.