Los autores del trabajo proponen un “órgano multidisciplinar de especialistas en patrimonio megalítico” que supervise las intervenciones en este sitio declarado Patrimonio Mundial.
Descolgar el calendario de 2020 para estrenar el de 2021 no ha supuesto giro alguno respecto a la cruda pauta marcada el año pasado por la pandemia de coronavirus Covid-19, al menos de momento, a la espera de que el avance de la vacunación reabra las puertas de la vida tal y como era antes del virus, con sus obstáculos y miserias, por supuesto, pero mejor en cualquier caso.
Empero, 2021 es un año marcado por diversas efemérides con relación a valiosos activos en materia de patrimonio histórico, como es el caso del enclave de los dólmenes de Antequera (Málaga), encabezado por el portentoso dolmen de Menga y sus espectaculares losas, un recinto declarado Patrimonio Mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco por sus siglas en inglés) allá por 2016, es decir hace ahora cinco años.
En ese contexto se enmarca el estudio titulado ‘Intervenciones en los dólmenes de Antequera (1840-2020). Una revisión crítica’, firmado por Coronada Mora Molina y Leonardo García Sanjuán, del departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla, sobre dicho enclave formado por los dólmenes de Menga y Viera, el ‘tholos’ de El Romeral, la Peña de los Enamorados y el Torcal de Antequera.
En el siglo XIX
En este trabajo, Coronada Mora y Leonardo García Sanjuán realizan un exhaustivo recorrido por las múltiples actuaciones acometidas en el citado enclave, comenzando por las excavaciones iniciales de Rafael Mitjana y Ardison en el grandioso dolmen de Menga en un momento comprendido entre 1842 y 1847, que según avisan estos investigadores ya “cambiaron la apariencia” de esta construcción megalítica, con “la apertura de un nuevo acceso” y “la presumible acumulación de la masa tumular extraída en otra zona” diferente a la original.
Y aunque el dolmen de Menga fue declarado Monumento Nacional en 1886, siendo además incorporado al patrimonio público, lo cierto es que según estos investigadores, hasta el año 1900 “la arquitectura y el entorno” del mismo “sufrieron actuaciones incontroladas y no registradas”.
Detallando las diferentes intervenciones acometidas en el dolmen de Menga durante el primer tercio del siglo XX con diversas afecciones a la construcción y su túmulo, Coronada Mora y García Sanjuán indican que no fue hasta 1940 y 1941 cuando el enclave, usado por aquella época como vivienda improvisada según una crónica del momento, fue al fin sometido a “una primera gran actuación de restauración”.
Aquella intervención abarcó además al dolmen de Viera y el ‘tholos’ de El Romeral, excavados en 1903 y 1904 por los hermanos José y Antonio Viera y declarados Monumento Nacional y Monumento Histórico Artístico en 1923 y 1931, respectivamente.
“Excavaciones sin metodología”
A partir de ahí, los autores de este trabajo profundizan minuciosamente en las actuaciones acometidas en cada una de estas construcciones megalíticas a lo largo de las décadas, contabilizando “al menos” 26 de ellas con “repercusiones para la integridad de los dólmenes y su entorno”, en concreto siete actividades arqueológicas entre las décadas de 1840 y 1930, incluyendo “cinco excavaciones irregulares y sin metodología arqueológica”; tres actividades de restauración o acondicionamiento entre 1940 y 1984 y 16 intervenciones entre 1985 y 2019, incluyendo cinco excavaciones arqueológicas, seis obras de conservación y cinco actuaciones con excavaciones “de apoyo”.
En este repaso, Coronada Mora y García Sanjuán mencionan el edificio promovido en el Llano de Rojas del conjunto arqueológico de los dólmenes de Antequera como museo del enclave, cuyas obras fueron paralizadas en 1998, siendo retomados los trabajos en 2018 aunque reformando y reduciendo el proyecto original para cumplir las observaciones de la Unesco.
Y es que frente a las dimensiones del edificio proyectado, la declaración de estas construcciones megalíticas como Patrimonio Mundial resalta su relación con los monumentos naturales de la emblemática Peña de los Enamorados, de 878 metros de altura y con la cual se alinea de hecho el eje del dolmen de Menga; y el impresionante paraje kárstico del Torcal de Antequera.
En cualquier caso, estos autores exponen que “las intervenciones más tempranas causaron daños irreparables a los megalitos, como la rotura de la losa de cabecera de Menga por parte de Rafael Mitjana y Ardison, o el desmonte de la mitad septentrional de su túmulo por la apertura del camino para vehículos hasta la entrada en la intervención de Prieto Moreno de 1941”.
En ello incide, según razonan, que en la época de tales actuaciones “no existían cuerpos disciplinares basados en la experiencia, normativa en la que pudieran basarse, ni un marco institucional consolidado”.
La «brutal transformación del dolmen de Viera»
Pero es que después, ya a partir de la década de los años 80, “también hubo intervenciones que afectaron a la integridad física de los monumentos”, entre ellas “la brutal transformación exterior del dolmen de Viera en 2004” mediante la “gran ampliación” de su túmulo o la actuación acometida entre 2001 y 2003 en los paramentos interiores del dolmen de Menga, “sin geólogos que conocieran las propiedades de las rocas en las que estaban manufacturados los soportes pétreos ni arqueólogos especialistas”.
“En casi todos los casos, los arquitectos de estas intervenciones carecían de experiencia en monumentos megalíticos y no contaron con el asesoramiento necesario por parte de equipos científicos poseedores de dicha experiencia”, exponen los autores de este trabajo.
Además, avisan del “reiterado abuso de la excavación arqueológica como método”, señalando el caso de catas que permanecieron muchos años sin ser cubiertas y que supusieron “ulteriores problemas para la integridad y sostenibilidad de los monumentos”.
“Falta de proporción”
A colación, estos investigadores señalan un problema de “falta de proporción entre los objetivos y los medios usados”, hasta el punto de que “la intervención arqueológica se convierte en sí misma en una fuente de problemas, cuya solución exige sucesivas actuaciones, todas agresivas”.
“El intento de solucionar esos problemas no puede degenerar en la creación de falsos históricos que deforman unos monumentos megalíticos con 6.000 años de antigüedad a criterio de una única persona carente de experiencia previa en la materia y/o criterios técnicos y científicos sólidos”, aseveran.
Y por si fuese poco, Coronada Mora y García Sanjuán alertan de un “encarnizamiento urbanístico” en el enclave de los dólmenes de Antequera.
“Como resultado de la trayectoria de actuaciones, el entorno de los monumentos es hoy un área intensamente urbanizada con diversos caminos y plazoletas de pavimentos hormigonados, aparcamientos, un centro de visitantes” y el museo ya mencionado, recuerdan.
Este “ensañamiento urbanístico en el entorno de los monumentos, conectado con la inadecuación de criterios” ya descrita, “ha generado una gradual cosificación de los megalitos y la alienación de su carácter original de monumentos íntimamente relacionados con la naturaleza circundante”, según advierten.
Finalmente, los autores de este estudio ponen de relieve que la inclusión de este enclave en la lista del Patrimonio Mundial no puede ser un “pretexto para una estrategia de sobreexplotación turística”.
Más de 210.000 visitas el año previo a la pandemia
Al respecto, los datos oficiales reflejan que el conjunto arqueológico de los dólmenes de Antequera, gestionado por la Junta de Andalucía, cerró 2019, último año completo antes de la pandemia, cosechando 210.018 visitas después de que al año siguiente a su declaración como Patrimonio Mundial superase la barrera de las 200.000 visitas.
Esa aludida “estrategia de sobreexplotación turística”, según auguran, “generará en el futuro sus propios problemas de conservación” y se aleja de una “proporción respecto al objetivo general de difusión” de estos bienes culturales.
En cualquier caso, Coronada Mora y García Sanjuán llaman a “reflexionar sobre las luces y sombras de los últimos 180 años de intervenciones en los dólmenes de Antequera”, reconociendo “el esfuerzo sincero y muchas veces desinteresado de decenas de personas que creyeron en la excepcional importancia patrimonial y científica del sitio”, pero recordando que la inclusión del mismo en la lista del Patrimonio Mundial “obliga a aplicar los criterios más exigentes y cualificados de conservación, investigación y difusión”.
Precisamente por eso, proponen que la revisión de las actuaciones proyectadas en el enclave sea encargada a “un órgano multidisciplinar de especialistas en patrimonio megalítico que cumpla su función de manera independiente”, solicitando además que las intervenciones sean dirigidas por “personal con contrastada experiencia en la investigación, excavación y conservación” de arquitectura megalítica; al frente de equipos “multidisciplinares” de arqueólogos, geólogos, restauradores y arquitectos.
Del mismo modo, abogan por “minimizar los trabajos invasivos o destructivos” o acometer las restauraciones con “materiales respetuoso con la naturaleza de estos bienes”, punta de lanza del megalitismo en Andalucía y España y cuya dimensión mundial ha reconocido la Unesco.