La independencia de Bélgica en 1830

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Víctor Muñoz Fernández
Apasionado por la Historia, es licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Desde pequeño le encantaba la Historia y acabó por explorar sobre todo los siglos XVIII, XIX y XX.

Las repercusiones de la revolución de París de julio de 1830 se notaron con mayor fuerza en los Países Bajos, donde se produjo un profundo cambio. El reino de los Países Bajos se creó durante el Congreso de Viena para evitar cualquier posible expansión por parte de Francia hacia el norte. Lo formaron entre Holanda y Bélgica, y le dieron el reinado al príncipe de Orange.

Leopoldo II de Bélgica
Leopoldo I de Bélgica

Las diferencias entre ambas naciones eran profundas. Mientras los holandeses eran calvinistas, vivían de la agricultura y el comercio, los belgas eran católicos e industrializados. También hay que destacar las enormes diferencias en cuanto a lenguas habladas en el reino, donde el neerlandés se enfrentaba al flamenco y al francés. Tanto unos como otros querían que la capital estuviese en su territorio, por lo que se optó por repartir los organismos oficiales entre distintas poblaciones, lo que convertía el centro del reino en itinerante.

En 1828, los liberales belgas y los católicos se unieron en un movimiento exclusivamente nacionalista que buscaba la independencia. Pero no fue hasta el estallido de las revueltas en París cuando se encendieron los ánimos en los Países Bajos. Los belgas salieron a la calle a manifestarse pidiendo la separación pero la reacción monárquica fue brutal: el ejército, encabezado por el príncipe Federico, atacó Bruselas.

No obstante, los sublevados consiguieron resistir y nombrar un gobierno provisional en dicha ciudad, así como una Asamblea Constituyente que proclamó la independencia del nuevo estado. Gracias a la internacionalización de la situación, los belgas consiguieron el apoyo necesario por parte de Francia y de Gran Bretaña, quienes en noviembre de 1830 les reconocieron como país independiente.

La Asamblea dotó a Bélgica de una constitución en febrero de 1831. En ella, se establecía como forma de gobierno la monarquía constitucional. Pero esto hizo que ahora los belgas se tuvieran que enfrentar a un nuevo problema: encontrar rey.

Habiendo descartado por completo a la familia de Orange, se barajaron varios nombres que pudieran encargarse del trono. La lista se redujo a dos: el duque de Leuchtenberg, hijo de Eugenio de Beauharnais, y el duque de Nemours, hijo de Luis Felipe de Orleáns. Este último era el preferido, pero se negó a aceptar el puesto para evitar futuras acciones por parte de Gran Bretaña. Por eso, contando con el beneplácito británico, el nombramiento fue para Leopoldo de Sajonia-Coburgo, viudo de la princesa Carlota de Inglaterra. El plan consistía en que Leopoldo contrajese matrimonio con la hija de Luis Felipe, quedando así todos contentos.

Por tanto, el Congreso de Bruselas eligió el 4 de junio de 1831 a Leopoldo de Sajonia-Coburgo como rey de la nueva nación. Las potencias acordaron que Bélgica debería permanecer siempre neutral y Gran Bretaña garantizó la seguridad del nuevo país.

La Constitución que tenían como base de su monarquía parlamentaria es considerada hoy en día como la expresión más acabada del liberalismo. Contaba con el reconocimiento de la soberanía del pueblo, la existencia de dos cámaras elegidas, la separación entre el claro y el Estado, un sistema judicial independiente y la declaración de derechos del hombre. Fue un claro triunfo de los postulados liberales y nacionalistas frente a la artificialidad impuesta por el Congreso de Viena a principios de siglo.

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