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La fallida Revolución de 1830 en Polonia

"Cruzando la frontera prusiana", obra de Franciszek Faliński en 1831
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La mecha de las Revoluciones de 1830 que se había iniciado en París y había pasado por Bélgica, llegó a Polonia a finales de año. No fue un éxito, sino más bien un paso atrás para todos los habitantes del país. Pero para poder comprenderla mejor, sería conveniente echar la vista atrás.

"Cruzando la frontera prusiana", obra de Franciszek Faliński en 1831
«Cruzando la frontera prusiana», obra de Franciszek Faliński en 1831

La “cuestión polaca” era uno de los problemas que la política europea llevaba arrastrando desde el siglo anterior. Napoleón reconstruyó Polonia, aunque lo limitó al gran ducado de Varsovia. A través de varios congresos, Polonia había sido dividida y repartida entre Prusia, Austria y Rusia. El Congreso de Viena fue el encargado de otorgar la mayor parte del territorio polaco a los rusos, pero Alejandro I les dotó de un estatuto político.

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Este hecho permitió a los polacos poder disfrutar de una constitución, con una Dieta elegida por sufragio censitario y con garantías de libertades individuales, de religión y de prensa. Las concesiones del zar llegaban hasta el punto de que los polacos tenían puestos reservados en la administración y en el ejército, aunque los cargos de general en jefe y de virrey eran elegidos por el monarca ruso.

Aún con todos estos privilegios, en Polonia empezó a crecer un fuerte sentimiento nacional que estaba dispuesto a salir a relucir con la menor ocasión. Eso fue lo que sucedió cuando el ejército ruso se movilizó en dirección a Bélgica. Los nacionalistas polacos estaban fraccionados entre los que querían una autonomía real y quienes buscaban la independencia y un régimen constitucional. En noviembre de 1830, la insurrección popular expulsó al virrey, el gran duque Constantino, y formó un pequeño gobierno provisional en Varsovia. El mando del gabinete pasó a estar en manos de Chlopicki, un antiguo general que sirvió a las órdenes de Napoleón.

El nuevo gobierno pidió ayuda a aquellas naciones que eran proclives a simpatizar con este tipo de alzamientos, es decir, a Francia y a Gran Bretaña. Pero fue una causa perdida, ya que esas dos potencias no querían arriesgar una guerra abierta con Rusia. Así, tras varias campañas, el 26 de mayo de 1831, los polacos fueron derrotados en Ostroeka. Fue el primer paso de la reconquista rusa del territorio centroeuropeo.

La consagración del poder del zar se produjo en septiembre de 1831, cuando Varsovia se rindió. Nicolás I, hijo de Alejandro, fue implacable: la Dieta fue disuelta, los dirigentes polacos fueron ejecutados, se puso en marcha una represión contra los partidarios de la revolución, se cerraron las universidades y se suprimieron los privilegios y los beneficios autonómicos de Polonia. La constitución pasó al olvido, dando pie a la creación de unos estatutos orgánicos, en los que el país centroeuropeo se convertía en una provincia más del Imperio ruso.

En definitiva, las revueltas en Polonia fueron un fracaso. Muchos de los principales instigadores fueron deportados a Siberia, mientras que otros tuvieron que elegir el exilio. En Francia, entraron cerca de 4.800 familias polacas. Pero no sería el fin del nacionalismo, ya que permanecería vivo dentro de los círculos de intelectuales de otros países.

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