Geográficamente, Athos —Hagion Oros, el “monte sacro”— es el más oriental de los tres cuernos de la Península Calcídica, en el nordeste de Grecia.
Su identidad cultural es sorprendentemente compleja para tratarse de una superficie tan reducida, porque Athos, con sus 60 Km de largo y sólo 12 Km de ancho, es un microcosmos derivado de la desaparecida civilización que fue el Imperio Bizantino.
En su cénit, Bizancio llegó a extenderse desde el estrecho de Gibraltar hasta la Rusia meridional y las montañas del Cáucaso, penetrando hasta los Alpes, descendiendo hasta el norte de África y adentrándose profundamente en Egipto, a lo largo del Nilo.
La punta de la Península Calcídica (de la cual se cree que en un remoto pasado fue una isla) es el propio Monte Athos, audazmente asomado al Mar Egeo, con sus 2039 metros, sus desnudas laderas de piedra caliza y sus inaccesibles farallones. Parece, junto a la costa, un pueblo medieval fortificado.
La montaña siempre ha suscitado un temor reverente en el hombre, que la ha visto unas veces como símbolo religioso y otras como un obstáculo para la navegación.
En relación a esos peligros para los navegantes, bástenos recordar que el general persa Mardonio, cuñado de Darío el Grande, en el siglo V a.C. perdió 20.000 hombres y 300 naves de su flota, al ser sorprendido por una fuerte tormenta cuando trataba de pasar frente al promontorio del Monte Athos.
Justamente por eso, diez años después, Jerjes I de Persia abrió un canal a través del estrecho istmo que une a Athos con la tierra firme, para que sus barcos pudieran transitar por esas aguas con mayor seguridad.
Algunos escasos restos de aquella ambiciosa y audaz obra de ingeniería ordenada por Jerjes son todavía visibles en el istmo.