Conocer el pasado remoto, la Antigüedad, requiere sin duda mezclar disciplinas tales como la antropología, la paleontología, la biología y la historia del arte. Las cerámicas, los restos materiales o los enterramientos entre otros, sirven para rastrear las huellas de las antiguas civilizaciones, pero también son importantes los propios cuerpos que han llegado hasta nosotros con el paso del tiempo.
El Centro de Cambridge Leverhulme para el Estudio de la Evolución Humana (LCHES) ha realizado un proyecto de investigación con el que pretenden determinar aspectos de la vida de los antiguos habitantes del desierto del Sahara, tales como las travesías que corrieron o la comida con la que se alimentaron.
Estas «biografías en hueso«, como lo han llamado, se han podido realizar gracias al análisis de unos 18.000 restos de cráneos, esqueletos y dientes de individuos de hace 8.000 años. El material ha sido proporcionado por el Duckworth Laboratory de Cambridge, uno de los mayores depósitos de vestigios óseos y fósiles de homínidos y hombres.
Para determinar la dieta de estas personas, han analizado los isótopos que se encuentran en los huesos: estas partículas biológicas aparecen en los cuerpos de diferentes maneras según el tipo de alimentación que se sigue. El esmalte dentario, por ejemplo, es una de las mejores muestras de estos isótopos, y sus variaciones resultan de las condiciones geográficas del entorno y la comida y bebida con las que se alimentaba el individuo.
Por otro lado, los huesos propiamente dichos pueden contener información en sus isótopos sobre las condiciones de vida de la persona en las fechas próximas a su muerte. El tamaño y la longitud de los mismos también proporciona datos sobre su entorno geográfico y los viajes que realizó. En estudios comparativos en los que se contrastan las informaciones de los dientes y los huesos, pueden verse disparidades que indican que el individuo migró en algún momento de su vida.
El estudio se ha centrado en un grupo de 120 individuos que habitaron el Egipto predinástico en torno al 5.000 a.C., y sus resultados se han comparado con los Garamantes, un antiguo pueblo norteafricano que se asentó en el Sahara central del 1.000 a.C. al 1.500 d.C.
Poco se sabe de esta antigua etnia: eran sedentarios, construyeron sofisticados sistemas de irrigación para la agricultura en el desierto y desarrollaron un floreciente comercio, creando rutas que conectaban el Sahara con diferentes puntos del globo como Roma. El estudio se centra en estas travesías comerciales, analizando aquellos individuos que migraron desde el centro del Sahara y aquellos que permanecieron toda su vida en sus lugares de origen.
Los restos arqueológicos, combinados con la ciencia de la biología, permitirán completar el estudio al examinar los restos materiales y las costumbres funerarias que muestran la identidad de estos pueblos, condicionada por esos viajes en los que pudieron recibir influencias de otras culturas.