Diego Velázquez es considerado un ícono de la pintura española e incluso un precursor pictórico moderno después de su fallecimiento, además de uno de los grandes maestros del Arte.
El anuncio de su grandeza comenzó poco antes de cumplir los veinte años, cuando se casó con Juana Pacheco, hija de Francisco Pacheco, su maestro sevillano, quien admiraba la limpieza, la virtud y el desempeño del artista. Además, poco tiempo después, al cumplir veinticuatro años, ya sería pintor de cámara tras el retrato del rey Felipe IV.
Vida de Diego Velázquez
Ambos triunfos ya mencionados fueron parte del éxito personal del pintor, al igual que en el ámbito social y artístico. Desde sus inicios, estuvo dotado de curiosidad, ambición, deseo de innovación y gloria.
Nacimiento y familia
Diego Velázquez nació en Sevilla como único hijo el 6 de junio de 1599. Sus padres, Jerónima Velázquez y Juan Rodríguez Silva conformaron una familia con ascendencia a la nobleza, a partir del nacimiento de su hijo, a pesar de que social y económicamente carecieran de importancia.
En el caso de los abuelos paternos, vivían en Andalucía pero poseían nacionalidad portuguesa. Se trasladaron allí en una época de intensas migraciones hacia algunas regiones españolas, que se realizaban debido a la unión de ambas coronas y por la persecución a los judíos que tomaba lugar en Portugal.
Este incidente dictó, aunque no sea probable aún en ningún estudio, que el padre de Velázquez pertenecía a una ascendencia hebrea, lo que significó un obstáculo para el artista al momento de solicitar el ingreso a la Orden de Santiago por dicha sospecha.
Primeros aprendizajes artísticos de Velázquez
En el mes de septiembre, en el año de 1611, Juan Rodríguez de Silva firmó un contrato con el artista Francisco Pacheco para que aceptase a Velázquez como aprendiz.
Dicho maestro, admiraba la escuela flamenca, pero a decir verdad poseía conocimientos humanísticos, por lo que su lugar de trabajo era también un lugar de tertulia, donde nacía la grandeza de la intelectualidad sevillana.
Durante ese tiempo, a pesar de que en su desempeño no fuese el más brillante, fue capaz de transmitirle los mayores fundamentos prácticos y teóricos que existían en la pintura y en el dibujo.
Por lo que transcurridos alrededor de 6 años, Diego Velázquez ya había absorbido todos los conocimientos novedosos que producían pintores, poetas, teólogos, músicos y filósofos en la zona, quienes a su vez estaban al corriente de las actuales tendencias en Europa.
Libertad de sensibilidad e imaginación
Sus enseñanzas eran orientadas hacia la libertad artística, por lo que no poseía un estilo en particular durante ese periodo. Solo se fijaba en las indicaciones de su maestro y en la evolución de los demás pintores de la época en Sevilla, mientras que aquella imaginación y sensibilidad las dejaba en libertad.
En 1617 Pacheco dio por terminada las lecciones a Velázquez, quien a su vez, realizó el examen obligatorio al gremio de pintores de Sevilla, lo que logró otorgarle la posibilidad de trabajar por su cuenta y donde quisiese.
El realismo en los primeros trabajos de Velázquez
Velázquez residió en Sevilla hasta 1623. Hasta ese entonces su trabajo había marcado a la escuela pictórica al introducir el realismo barroco. En ello, su influencia fue notoria, principalmente en artistas de su generación como Alonso Cano y Francisco Zurbarán.
Con sus primeras obras se aleja del estilo manierista que fue utilizado, incluso por su maestro, lo que significó una ruptura. Esto debió a que su intención era reflejar el sentimiento que le despertaba la sociedad en la que habitaba, a demás, de poner en tela de juicio los principios éticos de la misma.
Para el joven era importante resistirse a las convencionalidades pictóricas, referentes a la religión y a la nobleza. Al aceptar este tipo de trabajo, sentía que le quitaba excesiva capacidad artística, por lo que dejaba a un lado los retratos y la religión para expresar y transmitir la realidad tal cual era.
Un ejemplo de ello es su interés en reproducir a personajes populares que solían abundar por la ciudad, al resaltar sus individualidades, mostrándolos con respeto y dignidad; además de otorgarles valor a los objetos cotidianos. Ambas cosas pueden observarse en la pintura La cena de Emaús.
Diego Velázquez: pintor de la cámara del rey
Gracias a las influencias que poseía su suegro, Velázquez retrató al rey Felipe IV en 1623 en Madrid. Al finalizar, el trabajo causó tal admiración que logró que casi inmediatamente lo nombraran pintor de cámara.
Este puesto no solo lo enriquecía económicamente, también le dio oportunidad de observar de cerca las colecciones reales; de aquellos pintores principales de toda Europa, que automáticamente lo proyectaron de forma positiva a su producción.
Por otro lado, con el pasar de los años, el pintor iba ganando la confianza del monarca y al mismo tiempo involucrarse más en las tareas administrativas, lo que resultó que en el año 1627 fuese nombrado ujier de cámara, posteriormente en 1643 ayuda de cámara y finalmente aposentador de cámara en 1652.
Estos puestos le iban sumando tareas obligatorias a su vida, entre ellas supervisar decoraciones y obras arquitectónicas, lo que le quitaba tiempo para que su desempeño artístico fuese más amplio. Sin embargo, no del todo le disgustaban sus obligaciones, ya que uno de sus objetivos de ascenso social lo estaba cumpliendo por dicho medio.
Viaje a Italia
Desde Barcelona, Velázquez viaja a Italia en 1629 hasta 1631. Allí contempla ciudades como Nápoles, Roma, Cento, Ferrara, Venecia, Milán y Génova, en las cuales visita talleres, iglesias, palacios y galerías, donde dibujó todo aquello que fuese asombroso. Sus pinturas más representativas fueron, La Fragua de Vulcano y La Túnica de José.
Por otro lado, las ciudades que despertaron más su curiosidad, fueron Roma y Venecia, donde en ambas tuvo la absoluta libertad para copiar obras de Miguel Ángel y de Rafael, como también copias de diferentes obras de pintores venecianos, entre ellas Comunión de los Apóstoles.
Posteriormente, regresó con el rey Felipe IV, desempeñando su trabajo administrativo; además de dedicarse a los retratos como pintor de cámara y a representar episodios históricos, mitológicos y religiosos.
En la técnica empleada se refleja la maestría para plasmar la psicología de sus diferentes modelos, entre ellos, El Príncipe Baltasar Carlos con un Enano, La reina margarita de Austria, Felipe III o de griegos históricos como Esopo y Menipo.
Segundo viaje a Italia
En 1649 hasta 1651, Velázquez viaja nuevamente a Italia con la intención de adquirir nuevas obras para la colección real. Para ello, visitó las ciudades de Génova, Venecia, Milán, Nápoles, Módena, Florencia, Bolonia, Parma y Roma, donde recaudó obras de Tintoretto y de Veronés.
Asimismo, retrató al Papa Inocencio X entre otros personajes de la curaduría romana. Sus obras más representativas durante el viaje fueron, La Venus del Espejo y Vista del Jardín de la Villa Médecis.
Últimos años de Velázquez
El artista falleció el 6 de agosto de 1660. Sus restos fueron llevados a la cripta del conde de Fuensalida, la cual se destruyó en 1811 por las tropas napoleónicas, por lo que actualmente no se conoce el destino de sus despojos.
Sin embargo, desde el punto de vista artístico, se demuestra con las obras que dejó en vida la madurez de su estilo, con el que capturaba ambientes, movimientos, colores y formas en un segundo fugaz de iluminación.
A lo largo de su recorrido pictórico logró variadas dimensiones, que a su vez poseen diferentes interpretaciones, por lo que se considera un trabajo sumamente complejo; lleno de técnica y de recursos, como es el caso de espejos, cuadros dentro de la pintura o de autorretratarse en ellos.
Obras más representativas de Diego Velázquez
Las obras de Diego Velázquez están compuestas de una profunda penetración psicológica. Por ejemplo, en obras como Cristo en casa de Marta, El aguador de Sevilla, La Rendición de Breda, La Venus del Espejo, Las Meninas, entre otras.
Las Meninas, 1656
Es un término utilizado como referente a las damas de honor de la princesa Margarita, quien ocupa el puesto principal en el centro del cuadro. Dicha pintura, refleja normalidad en la corte del siglo XVII, pero a la vez complejidad debido a sus perplejidades.
Lo que en primera instancia indica la pintura, es el autorretrato de Velázquez, quien pintaba a los reyes Felipe IV y a Mariana que estaban fuera del cuadro, y por ello se reflejan en el espejo que está al fondo, mientras que la infanta de Margarita interrumpe junto a las Meninas.
Ellas consisten en Isabel de Velasco, rindiendo homenaje a la princesa y a María Agustina Sarmiento, quien le ofrece a la niña una pequeña jarra roja sobre una bandeja plateada. A la derecha, se encuentra Maribárbola, una enana alemana que mira hacia el frente y a un enano italiano que está impaciente por jugar con el perro.
Detrás de ellos se encuentra la encargada de las Meninas, Marcela de Ulloa, la cual se halla hablando con el guardadamas que dirige su mirada fijamente a los reyes. Detrás, se observa una puerta abierta, unas escaleras y al aposentador de la reina, José Nieto Velázquez contemplando la escena y posible pariente del pintor.
Análisis iconográfico
En Las Meninas se observan una gran cantidad de símbolos implementados por el artista. Más allá del autorretrato que agregó dentro de la escena, el icónico reflejo de los reyes en el centro de la composición, que claramente es la obra que el artista se encuentra realizando.
No sería la primera vez que se realizará este juego de espejos, a pesar de que la maestría de Velázquez haya superado enormemente cualquier otra. En 1434 lo hizo Jan van Eyck en su obra El matrimonio Arnolfini al colocar a dos personajes reflejados en el espejo del centro de su composición.
Asimismo, el juego de miradas entre todos los personajes, especialmente en la infanta Margarita, quien parece observarnos, aunque sepamos en el fondo que mira a sus padres, los Reyes que el artista está retratando; de igual manera lo hace la enana Maribárbola, al igual que José Nieto Velázquez al fondo, intentando salir de la escena, pero deteniéndose por algo que le habría intrigado.
La Venus del Espejo, 1648 – 1650
Esta obra fue pintada por Velázquez previamente a su segundo viaje a Italia o durante su hospedaje en Roma. Es considerado en la historia del arte uno de los más admirados desnudos femeninos.
La Venus que se observa sensualmente tendida sobre tela de color gris oscuro, demuestra el ingenio que posee el artista para renovar las técnicas hasta ahora planteadas y trascender su tiempo.
Según algunas investigaciones, la modelo pudo haberse tratado de una actriz llamada Damiana, o tal vez consistía en el producto de la imaginación del pintor. A decir verdad, el cuadro muestra a Venus sumergida en la contemplación de su belleza frente a un espejo, sostenido por Cupido, el cual llevaba unas alas que simbolizan el único detalle mitológico de la obra.
Por otro lado, el resto hace referencia a la naturalidad y al realismo que Velázquez estaba acostumbrado a emplear. Además, refleja una excelente formulación del espacio, ordenando planos profundos, y al mismo tiempo, centrados en el espejo, donde no solo se encuentran las miradas de Cupido y de Venus, sino también la del espectador.
Puedes aprender más sobre Velázquez y sus obras en la web del Museo del Prado.