Se cumplen 71 años del descubrimiento de la tumba de Pakal

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Leopoldo Ágreda Lovera
Nací en Mérida, un estado andino de Venezuela pero me crié en Caracas la ciudad donde crecí, observando el Ávila y haciéndome las preguntas más importantes sobre la vida, la sociedad y el universo, rodeado de árboles y el sabor agridulce de toda gran ciudad. En el trayecto de mi vida, conocí las calles y sus gentes, las cuales me ayudaron a formarme un mejor criterio de la existencia humana y las ciencias sociales, para luego estudiar en la Universidad Central de Venezuela, donde me he formado como historiador y pensador social. La lectura es uno de mis grandes vínculos con el pasado y la esencia de la humanidad, ya que como dijo Descartes, leer es como tener una conversación con las grandes mentes de la historia; el ajedrez es otra de mis grandes pasiones, ya que me ha ayudado a desarrollar una mejor comprensión de la vida, que junto a la música, forman los tres pilares de mis gustos actuales. Soy familiar, amante de la naturaleza y los animales, porque en ellos ves la esencia de la filosofía y de Dios.

En la cultura popular, la arqueología es, a menudo, mostrada desde grandes y misteriosos descubrimientos en templos y pirámides de la antigüedad. Y aunque existen enormes diferencias entre lo que narran los libros o muestran las pantallas, y la aplicación científica de dicha disciplina, hallazgos como el de la tumba de K’inich Janaab’ Pakal, en Palenque, Chiapas, no carecen de episodios que rozan lo maravilloso.

Hace 71 años, el 15 de junio de 1952, y luego de meses de arduo trabajo en el retiro del escombro que sellaba la entrada al sitio de reposo del antiguo jerarca maya, un equipo de especialistas, a cargo del arqueólogo Alberto Ruz L’huillier, liberó por fin la losa triangular que antecedía a la cripta y al sarcófago de Pakal ‘el Grande’.

En ese punto, casi 20 metros debajo del acceso del Templo de las Inscripciones de Palenque, zona arqueológica bajo la administración de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), los investigadores ya habían recibido pistas de la importancia de lo que yacía frente a ellos bajo la forma de un conjunto de restos humanos recubiertos con cal y cinabrio.

Así, con el corazón trepidante y la mirada agudizada, el arqueólogo Alberto Ruz se introdujo ese día en una bóveda que ningún ser humano había recorrido desde el 28 de agosto de 683 d.C., cuando el cuerpo del rey Pakal fue fastuosamente colocado en su mausoleo.

Inició entonces un registro cuidadoso de la impactante bóveda prehispánica, la cual está adornada con nueve relieves estucados que representan a los dioses del inframundo maya quienes acompañan al gobernante en su tránsito por el submundo.

Un elemento más que fue analizado con detalle fue el sarcófago de Pakal, un monumento rectangular –de 3.80 metros de largo por 2.20 metros de ancho y 25 centímetros de espesor– que contenía elaborados jeroglíficos en sus caras externas y en sus cantos.

Los textos de esta lápida narran la vida terrenal de Pakal y de sus ancestros, así como su renacimiento y ascenso al plano celestial, ataviado como deidad del maíz, desde las fauces del animal cosmogónico que los antiguos mayas conocían como ‘Monstruo de la Tierra’.

Bajo condiciones extremas de calor y humedad, el proceso arqueológico permitió, finalmente, que el 27 de noviembre de 1952 se pudiera abrir la lápida de Pakal, mediante el uso de gatos de tractocamiones y troncos de árboles colocados en puntos estratégicos del sarcófago.

Los restos óseos de Pakal, su máscara mortuoria, su ajuar funerario y los demás bienes patrimoniales localizados en su tumba han dado pie a incontables estudios que permiten ahondar en los modos de vida, la religiosidad, el gobierno, las prácticas fúnebres y un sinfín de aspectos de la sociedad que vivió en Lakamha’, el nombre antiguo de Palenque.

En el Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México, y en el Museo de Sitio de Palenque –el cual lleva el nombre de Alberto Ruz L’huillier– se pueden ver recreaciones de la tumba del soberano maya.

Cabe mencionar que en años recientes, la cripta ha sido estudiada y preservada con recursos del INAH y del Fondo de los Embajadores de los Estados Unidos. Expertos en conservación han colocado en ella un sistema de monitoreo, el cual mide las condiciones de humedad, temperatura y la concentración de dióxido de carbono en su microambiente.

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