Los habitantes de la Cueva de Ardales usaron conchas como adornos hace 30.000 años

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Leopoldo Ágreda Lovera
Nací en Mérida, un estado andino de Venezuela pero me crié en Caracas la ciudad donde crecí, observando el Ávila y haciéndome las preguntas más importantes sobre la vida, la sociedad y el universo, rodeado de árboles y el sabor agridulce de toda gran ciudad. En el trayecto de mi vida, conocí las calles y sus gentes, las cuales me ayudaron a formarme un mejor criterio de la existencia humana y las ciencias sociales, para luego estudiar en la Universidad Central de Venezuela, donde me he formado como historiador y pensador social. La lectura es uno de mis grandes vínculos con el pasado y la esencia de la humanidad, ya que como dijo Descartes, leer es como tener una conversación con las grandes mentes de la historia; el ajedrez es otra de mis grandes pasiones, ya que me ha ayudado a desarrollar una mejor comprensión de la vida, que junto a la música, forman los tres pilares de mis gustos actuales. Soy familiar, amante de la naturaleza y los animales, porque en ellos ves la esencia de la filosofía y de Dios.

Un reciente estudio encabezado por la Universidad de Cádiz, en colaboración con el Museo Neandertal de Colonia, la Universidad de Colonia y la Cueva de Ardales, ha vuelto a situar a este enclave arqueológico entre los más importantes de la península Ibérica.

Se halló en la Cueva de Ardales en estratos datados hace entre 25.000 y 30.000 años, hasta 13 conchas marinas y de agua dulce que fueron cuidadosamente transformadas por humanos del género Homo sapiens sapiens en elementos de adorno-colgantes para decorar los cuerpos de estos grupos que ocuparon la Cueva de Ardales.

Los adornos corporales son un tema de gran interés entre la comunidad científica cuando se trata del periodo Paleolítico.

La carga simbólica y la distancia que, a veces, debían recorrer los grupos humanos para recolectar estos soportes naturales y transformarlos en elementos decorativos, supuso un avance significativo en el desarrollo de la cognición.

 El profesor de la Universidad de Cádiz e investigador principal de este estudio, Juan Jesús Cantillo, ha expresado que “es poco habitual el hallazgo de este tipo de restos marinos en cuevas situadas tan al interior y con cronologías tan antiguas. En la vertiente mediterránea solo se conocían poco más de cien restos y todos ellos están situados en el litoral”.

Y es que estos grupos humanos debían recorrer una distancia superior a 50 km. Para el profesor José Ramos, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Cádiz y codirector del proyecto Cueva de Ardales junto a Gerd C-Weniger, de la Universidad de Colonia: “esta distancia debió ser incluso mayor a la actual, tras los estudios batimétricos de la línea de costa que hemos realizado, por lo que las movilidades costa-interior debieron ser frecuentes a través de los pasos naturales de Puerto Atalaya y Puerto Málaga”.

Destaca, además, “la presencia de vermétidos, una especie de caracol en forma de tubo poco común en el registro arqueológico”, asevera Jesús Cantillo.

El marco cronológico y la asociación de estos ornamentos con el arte rupestre y los restos líticos documentados en el interior de la cueva confirman su dimensión social.

“Los resultados de las excavaciones en la Cueva de Ardales sugieren que fue utilizada como lugar de actividades simbólicas especializadas durante varias fases del Paleolítico superior” confirma Pedro Cantalejo, investigador director de la Cueva de Ardales.

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