La vida de Amalia Domingo Soler ejemplifica la mezcla de religiosidad y compromiso con los derechos de la mujer que caracterizó a muchas espiritistas.
Sevillana, autodidacta y medio ciega, se afincó en 1876 en Barcelona.
Diciéndose inspirada por el alma del padre Germán, comenzó a escribir cuentos, poesía y ensayos, y posteriormente dirigió la revista La Luz del Porvenir, donde solo escribían mujeres.
En 1891, junto a la anarquista Teresa Claramunt y la masona Ángeles López de Ayala, fundó la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona, la primera asociación feminista de España, radicada en el centro espiritista del Raval.
Allí se impartían clases nocturnas a mujeres trabajadoras y se organizaban marchas contra el clero y a favor de la educación laica. Domingo Soler murió en 1909 y yace en el cementerio de Montjuic.
Ese legado olvidado protagonizó la exposición Alma: Médiums y visionarias ofrecida en 2019 en Palma de Mallorca.
Dibujos, mapas cósmicos, recetas sanadoras, labores textiles y diarios de mujeres en su mayoría sin instrucción evocan una efervescente actividad femenina anterior a la Gran Guerra, que se repartía entre las sesiones espiritistas y la protesta anarquista, el vegetarianismo y la insumisión, la sanación y el anticlericalismo.
El estudio de la contribución de las médiums y sus seguidoras a la lucha por los derechos civiles y la educación laica está arrojando una novedosa luz sobre los orígenes del feminismo español, que se remontan a la sociedad de culto fundada en Cádiz en 1855.
“Desde allí se difunden los Pensiles, publicaciones editadas por las seguidoras de Charles Fourier, el primer teórico anarquista en considerar la libertad de la mujer un objetivo prioritario, y del francés Alan Kardec, quien sostenía que las almas pueden encarnarse en un hombre o una mujer indistintamente”, explica la historiadora Dolors Marín, autora de Espirististes i lliurepensadores.
La mecha la habían encendido unos pocos años antes las hermanas Fox de Nueva York, cuando en 1848 afirmaron haber contactado con un fantasma.
El incidente inspiró una religión que se expandió como reguero de pólvora. “Era una respuesta a la crisis de fe sufrida por muchos estadounidenses a mediados del siglo XIX”, sostiene Ann Braude en su obra Radical Spirits: Spiritualism and Women’s Rights in Nineteenth-Century America.
Liderazgo más allá de los espectros
El avance del ateísmo y el debilitamiento de los cultos tradicionales crearon un vacío espiritual para muchos insoportable.
Los creyentes demandaban pruebas de que la muerte no era el final de todo y el espiritismo les dio lo que buscaban por medio de la conversación con los muertos.
El nuevo credo defendía la existencia de una red etérea de comunicaciones que unía el mundo de los vivos con el Más Allá. Para dialogar con los espíritus se requerían personas dotadas para ello, y las mujeres, juzgadas maleables e hipersensibles, asumieron esa función.
En torno a la mesa donde se convocaban a los espectros se forjaron liderazgos que no tardaron en trascender el entorno de las sesiones.
En tiempos en los que no se permitía que las mujeres alzaran la voz en los templos, hablar en nombre de los espíritus (a menudo de hombres célebres) proporcionó a las médiums la coartada para recorrer Estados Unidos transmitiendo a los públicos reunidos mensajes de ultratumba que incluían desde consejos a las mujeres maltratadas hasta proclamas contra la esclavitud.
Entre las líderes surgidas de su seno destacan Laura de Force, que comenzó a ejercer de médium a los 18 años para luego
postularse a senadora por California y encabezar la lucha por el sufragio femenino; y Victoria Woodhull, la primera estadounidense que aspiró a la presidencia de su país en 1872.
“Las espiritistas participaban no solo del movimiento por los derechos de la mujer, sino también de los movimientos de reforma más radicales del siglo XIX”, sintetiza Braude.
En España ocurrió un fenómeno similar, aunque aquí la oposición de la Iglesia fue más fuerte. No contenta con lograr la supresión de la sociedad gaditana, consagró en 1861 su último auto de fe a quemar publicaciones espiritistas.
Hubo que esperar a que la Revolución de 1868 liberalizara las costumbres para que esa fe resurgiera con ímpetu, especialmente entre las trabajadoras. Las librepensadoras ilustradas se sentían, en cambio, más atraídas por la masonería.
Espiritismo español: obrero, femenino y radical
“El espiritismo implicaba una reformulación absoluta del papel de las mujeres: de ser consideradas un agente pasivo pasan a asumirse como agente activo del cambio social”, precisa el antropólogo Gerard Horta, autor de ‘Cos i revolució. L’espiritisme català o les paradoxes de la modernitat‘.
“Las espiritistas concibieron su liberación no como una utopía, sino como una necesidad que se enmarca en una transformación global de la sociedad católicoburguesa, que incluye la liberación de los hombres”.
Y lo ejemplifica en la persona de la pedagoga catalana Isabel Vilá, que combinó el espiritismo con la docencia laica en Sabadell y la militancia en la Primera Internacional.
Marín advierte que “no se puede confundir a aquellas espiritistas con las ocultistas que tiran el tarot en los programas televisivos nocturnos”.
Es preciso tener en cuenta que “el espiritismo formó parte del librepensamiento, y quiso situarse a mitad de camino entre el darwinismo ateo y la idea de Dios manejada por el clero”, explica.
“Muchas espiritistas se decían cristianas y acusaban a la iglesia católica de traicionar el mensaje de Cristo”, puntualiza. En sus filas se daba una sorprendente dinámica de género.
“Al principio, los varones espiritistas mediumnizaban a sus esposas, hermanas o criadas, ya que creían que las mujeres eran más influenciables”, indica Marín.
“Con todo, ellas eran las protagonistas de las sesiones. Poco a poco algunas alcanzan un buen grado de autonomía. Muchas empezaron a escribir y a publicar sus experiencias con entidades ultraterrenales en revistas espiritistas o teosóficas”.
En la mencionada ‘La Luz del Porvenir‘ colaboraron pioneras del feminismo como Antonia Amat, Carmen de Burgos, Carmen Fuentes, Emilia Pardo Bazán, Natalia Casanova, Pilar Rafecas y Rosario de Acuña, por dar algunos nombres.
“No sé hasta qué punto se creían los postulados más esotéricos del espiritismo”, reflexiona Marín, “lo cierto es que les sirvieron para empezar a escribir, y eso es muy importante. En una época en la que las escritoras debían usar pseudónimos masculinos, los escritos de las médiums presuntamente inspirados por espíritus se publicaban sin ningún problema”.
Ciertamente, las espiritistas dedicaban gran parte de sus energías a asuntos estrictamente espirituales.
Domingo Soler fue “la divulgadora mundial más importante del espiritismo en lengua castellana del XIX”, apunta Horta.
Desde Barcelona, “contacta con españolas residentes en Cuba y Puerto Rico, alentando la creación de sociedades mediúmnicas”, agrega Marín.
En paralelo, “ellas y sus compañeros hacen campañas a favor de la educación de las mujeres y de la escuela laica y coeducadora. Esta postura les opone a la iglesia católica, que en esos años prácticamente tenía el monopolio de la educación”, puntualiza.
“También hacen campaña a favor de los derechos civiles mediante la organización de entierros, bodas y registro de bebés en el registro civil. acompañados de orquestas que interpretan La Marsellesa y discursos de aire republicano. En estos foros toman la palabra y son escuchadas, y es ahí donde reclaman derechos elementales como la educación”.
Persecución franquista
En el plano global, el espiritismo alcanzó su máxima expansión después de la Primera Guerra Mundial.
“La mortandad es terrible y la gente quiere contactar con sus familiares desaparecidos”, precisa Marín.
“En los años 30, comienza a retroceder y deja paso a otras opciones espirituales. Hoy es muy residual en Europa, no así en Brasil y otros países latinoamericanos”.
En España, mantuvo su influencia hasta el inicio de la Guerra Civil.
La coincidencia en Cataluña de figuras señeras como Vilá y Domingo Soler no era casual. Allí el espiritismo “se convirtió en un potentísimo motor de modernización y ruptura”, observa Horta.
No por azar Barcelona acogió en 1888 al Primer Congreso Espiritista Internacional, cuya vicepresidencia ocupó Domingo Soler y donde se aprobó una resolución reivindicando la igualdad entre los sexos y la liberación de la mujer.
Y en 1934 alberga otro encuentro internacional, al cual la Generalitat asiste con carácter oficial.
Un testimonio de esos tiempos lo da el personaje de Floren, la miliciana anarquista y espiritista interpretada por Victoria Abril en Libertarias, la película de Vicente Aranda. Con el triunfo franquista, el espiritismo es arrinconado junto con las demás confesiones no católicas.
“La Iglesia no toleró el desarrollo de las propuestas socialmente avanzadas del espiritismo, el protestantismo y la teosofía”, recuerda Marín. “Veía en el espiritismo un competidor que cuestionaba su papel, y publicó muchos escritos en contra de él, asociándolo al diablo”.
“La participación de las espiritistas catalanas en el desarrollo del feminismo es central, a pesar de la invisibilización de la que han sido objeto”, resume Horta. La historiadora y el antropólogo coinciden en la necesidad de reivindicar ese legado olvidado.
“En América y Europa se observa un movimiento de recuperación de estas voces femeninas. Varias universidades españolas le han dado un lugar en los departamentos de antropología”, dice la primera.
Pero este esfuerzo de comprensión choca con resistencias académicas: “Todavía no se entiende que a partir de una práctica corporal de entrada irracional –la mediumnidad espiritista– se articulara una acción social racionalista en defensa de una modernidad basada en principios igualitaristas”, acota el segundo.
A modo de colofón, el ensayista Gran Shreve celebra en su artículo publicado en la web académica JSTOR que, “afortunadamente, en la actualidad ninguna mujer debe entrar en trance para que su voz sea escuchada”, a la vez que rinde homenaje a quienes, por medio de esas prácticas, “se convirtieron en personalidades públicas en un mundo que a menudo las quería calladas”.
Fuente: Pablo Francescutti / SINC