El emperador Maximiliano I (quien reinó entre 1493-1519) en realidad nunca tuvo una procesión triunfal como ilustran las imágenes que se conservan de él. Lo que sí tenía era un ojo perspicaz para crear una buena propaganda de exaltación de sus sobrevaloradas virtudes, y también supo contratar a los mejores artistas que garantizaran que la imagen del gran emperador, hijo del emperador, glorioso en la victoria, proveedor de la prosperidad y la cultura a su pueblo, perviviera en la grandeza de su reinado y en los años venideros a su muerte.
Tan a menudo como se ve a un hombre de mediana edad conduciendo un Lamborghini, Maximiliano tuvo también su propia crisis de los cuarenta. Su padre Federico III de Habsburgo, se había convertido en el Primer Emperador del Sacro Imperio en 1452 y Maximiliano cogobernaba el imperio con su padre desde los últimos 10 años de reinado. (1483-1493).
Viendo tan cerca el trono imperial, Maximiliano decidió buscar conexiones reales (verdaderas o ficticias) entre sus ancestros y los grandes reyes y emperadores de la historia. Trazó una
línea de descendencia que abarcaba desde el mismísimo Héctor, hijo del rey Príamo de Troya, pasando por Julio César, al rey Arturo y Carlomagno, incluyendo entre medias a varios santos.
Este árbol genealógico tan generosamente elaborado y que rayaba el mito, pretendía demostrar que a pesar de que la casa de los Habsburgo era prácticamente nueva dentro de las dinastías reales europeas, guardaban un pasado común con los grandes héroes de la historia. De hecho, eran esas cualidades de liderazgo, sus ideales caballerescos y la piedad que les caracterizaba, lo que hacía a esta rama imperial mucho más preparada para el poder que las otras familias reales.
Volviendo al símil de los hombres en plena crisis de los cuarenta, la mortalidad también era un tema que pesaba duramente en la conciencia de Maximiliano. A partir de 1514, comenzó a tener ciertas actitudes extravagantes, como por ejemplo, llevar su ataúd con él dondequiera que fuera, y hay que recordar que el emperador viajó mucho. Invirtió altas sumas de dinero en inmortalizar todos sus actos, palabras y todo lo que tuviera que ver con su linaje. Y cuando se le preguntaba acerca de las enormes cantidades de monedas que destinaba en estos proyectos, Maximiliano respondía:
El que no provee para su memoria mientras vive, no será recordado después de su muerte, y esa persona será olvidada en cuanto le doblen las campanas. Por lo tanto, el dinero que gaste en mi memoria no será en vano ya que nunca se perderá.
Teniendo el cuenta el gran valor que Maximiliano le daba a su legado póstumo y a su legitimidad histórica como emperador, no es de extrañar que en la última década de su vida, Maximiliano encargara tres obras monumentales inspiradas en las construcciones con las que se rendía homenaje a los antiguos generales victoriosos de Roma: La procesión triunfal, El Gran Carro Triunfal, y el Arco del Triunfo.
El grabador Hans Burgkmair comenzó a trabajar en la Procesión triunfal en 1512. Tomó como motivo las escenas de la vida y las victorias militares de Maximiliano, ilustrada con una larga horda de músicos, cazadores, abanderados, cortesanos, carruajes con exóticos equipajes, antepasados Habsburgo, caballeros y un enorme y majestuoso carro imperial. Las pinturas originales fueron creadas por Albrecht Altdorfer, en 109 grandes hojas de pergamino que en conjunto alcanzaban más de 100 metros de largo.
Las obras no sólo son hermosas, sino que también han resultado ser un recurso muy valioso para que los historiadores puedan estudiar los instrumentos musicales, heráldica, ropa y armas de aquella época.
A Maximiliano le gustaba dejar constancia de sus grandes éxitos militares a través de impresiones y grabado en madera, cuyos autores fueron artistas ilustres del momento como Burgkmair y Altdorfer, pero sin duda el maestro más grande de todos ellos fue Alberto Durero.
El artista alemán también fue el creador de El Arco del Triunfo y el Gran Carro Triunfal que encargó hacer el emperador, aunque sólo el primero estuvo terminado antes de la muerte de éste. Los grabados en madera de la procesión triunfal y del Arco del Triunfo, fueron las mayores impresiones xilográficas producidas hasta entonces. Estos grabados estaban destinados a ser colgados en las paredes como si se tratase de vallas publicitarias gigantes que anunciaban las maravillas del emperador.
Tristemente, la mitad de las hojas originales de La Procesión Triunfal han desaparecido, aunque todavía se conservan algunas de ellas, más concretamente las comprendidas entre la 49 a la 109. Actualmente pertenecen a la colección permanente del Museo Albertina de Viena, (Austria), que también tiene muchos de los grabados originales utilizados para realizar las copias de reproducción. Estas hojas se mantienen en buenas condiciones, los colores todavía permanecen brillantes y los detalles son notablemente visibles. Muy pocas veces sacan estas obras a la luz, aunque en 1959 se hizo una exposición pública con motivo del 500 aniversario de la muerte Maximiliano.
Por suerte, ahora se pueden contemplar estos grabados, que miden hasta un total de 54 metros en el Albertina, que está realizando una nueva exhibición cuyo título es: el emperador Maximiliano I y la Edad de Durero.
En su lecho de muerte en el año 1519, Maximiliano renegó de todo el esplendor y la ficticia gloria que había comprado. Comenzó a albergar un pánico inmenso, al Juicio al que le sometería Dios por su vida orgullosa consumida por la avaricia y después de recibir la extremaunción, abdicó de todos sus títulos y ordenó que su cuerpo fuera mutilado tras su muerte. Tuvieron que cortarle el pelo, romperle los dientes y flagelarle la espalda. Fue enterrado en una sencilla tumba en la Catedral de San Jorge en el castillo de Wiener Neustadt (noroeste de Austria) donde él nació. Cuarenta años más tarde, su nieto el emperador Fernando I construiría una iglesia (la Hofkirche) con un cenotafio realizado en Innsbruck, en memoria de Maximiliano.
A pesar de ese repentino arrepentimiento que le sobrevino justo antes de morir, los esfuerzos políticos y militares del reinado de Maximiliano asegurarían durante siglos el poder de la corona de los Habsburgo dentro de Europa, y es que las decisiones que tomó el emperador a lo largo de su vida, tendrían una gran relevancia en la historia Occidental.
Vemos por ejemplo, que su matrimonio con María de Borgoña, marcaría en gran parte lo que hoy conocemos como los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y un pedazo considerable del norte de Francia. La unión de su hijo Felipe I el Hermoso, con Juana de Castilla (más tarde conocida como Juana la Loca, porque según cuentan las habladurías populares, cargaba con el cadáver de su difunto marido por todos los lugares que ella pasaba y así lo vino haciendo durante años después de que Felipe muriera de unas fiebres tifoideas) dio lugar al nacimiento de su hijo Carlos V que llegaría a ser el Rey de España y emperador del Sacro Imperio alemán al mismo tiempo.
Carlos V sería el que mandara saquear Roma en 1527 y encarcelar al Papa para impedir que éste concediera la nulidad del matrimonio del rey de Inglaterra Enrique VIII con su esposa (y tía de Carlos), Catalina de Aragón. El hijo de Carlos se convertiría en el rey Felipe II de España, Rey de Inglaterra durante su matrimonio con la reina María I y que sería el dueño de la mayor armada que se había conocido en Europa, que finalmente acabaría vencida en un conflicto contra el reino de Isabel I, como un fallido intento por parte de España de volver a reconquistar Inglaterra.
La línea española de los Habsburgo moriría en 1700 con Carlos II El hechizado, que debido a graves malformaciones genéticas, no pudo si quiera dar un sucesor a la corona de los Austria.