Cuando pensamos en grandes civilizaciones antiguas, a muchos se nos vienen a la cabeza los egipcios, los romanos o los griegos. Pero en América del Sur, mucho antes de que llegaran los europeos, ya existía un imperio increíblemente avanzado: el Tahuantinsuyo, más conocido como el Imperio Inca.
Este imperio ocupaba una enorme extensión de territorio que iba desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile y Argentina, pasando por Ecuador, Perú y Bolivia. Y lo más impresionante no es solo su tamaño, sino cómo fueron capaces de organizarlo y gestionarlo sin escritura ni ruedas, y en zonas geográficas tan complejas como los Andes.
Gracias a documentos históricos y herramientas educativas actuales como este mapa del Tahuantinsuyo, hoy podemos entender mucho mejor cómo estaba dividido el imperio y cómo funcionaba.
Las “cuatro regiones” del Tahuantinsuyo
El nombre Tahuantinsuyo significa “las cuatro partes unidas” en quechua. Y eso es justamente lo que era: un sistema formado por cuatro grandes regiones o suyos que se conectaban todas con Cuzco, la capital del imperio.
Cada suyo tenía sus propias características. Por ejemplo:
- Chinchaysuyo iba hacia el norte y era la región más poblada y rica.
- Collasuyo se extendía hacia el sur, abarcando el Altiplano andino.
- Antisuyo era la parte más selvática, hacia el este.
- Contisuyo estaba al oeste, en la zona más cercana a la costa.
Todo estaba conectado por una red de caminos impresionante que todavía hoy sigue sorprendiendo a los arqueólogos. El Qhapaq Ñan, como se llamaba esta red vial, cubría más de 30.000 kilómetros y llegaba a todos los rincones del imperio. Era tan eficiente que los mensajes podían viajar cientos de kilómetros en muy poco tiempo gracias a los chasquis, que eran como mensajeros-relevistas.
Cómo lograron controlar un imperio tan grande sin escribir
Uno de los grandes misterios (y logros) de los incas es que administraban este inmenso territorio sin un sistema de escritura como el que conocemos hoy. En lugar de escribir en papel, usaban los quipus, una especie de cuerdas con nudos de distintos colores y tamaños que servían para llevar cuentas, registrar impuestos, censos y otros datos importantes. Era una especie de “calculadora” de nudos que solo ciertos funcionarios sabían interpretar.
Además, el Estado inca funcionaba con una lógica completamente distinta a la actual. No existía el dinero ni el comercio como tal. Todo se basaba en el trabajo compartido y la redistribución de recursos.
La gente trabajaba en lo que se llamaba la mita, una especie de sistema de turnos laborales. A cambio, el Estado se encargaba de que no faltara comida, ropa o herramientas. Había almacenes repartidos por todo el territorio donde se guardaban alimentos como el maíz, la quinoa o las patatas para repartirlos cuando hiciera falta.
Una sociedad organizada y solidaria
Otra cosa que sorprende del Tahuantinsuyo es la forma en que estaba organizada la sociedad. Cada comunidad, o ayllu, era como una gran familia que trabajaba junta y compartía lo que tenía. Las tierras se dividían en tres partes: una para el Inca (el emperador), otra para los dioses y otra para la gente.
Así se aseguraban de que todos tuvieran lo necesario para vivir, pero también que el Estado y la religión funcionaran. Todo esto sin necesidad de bancos, empresas ni grandes ejércitos de burócratas.
La religión y el respeto por la naturaleza
Para los incas, la naturaleza no era solo un recurso: era algo sagrado. Tenían un profundo respeto por la Pachamama (la madre tierra), el Inti (dios sol) y otros elementos del mundo natural como las montañas y los ríos.
Sus templos y ceremonias estaban diseñados para agradecer a estos dioses y mantener el equilibrio entre la vida humana y el entorno. No es casualidad que muchas de sus construcciones estén alineadas con los solsticios o que usaran terrazas agrícolas que evitaban la erosión y aprovechaban al máximo el agua.
¿Y hoy qué queda del Tahuantinsuyo?
A pesar de que el imperio cayó con la llegada de los españoles en el siglo XVI, su legado sigue muy presente. Muchas costumbres, técnicas agrícolas, textiles y hasta palabras en quechua siguen vivas en las comunidades andinas.
La cultura inca no desapareció, solo se transformó. Y gracias a la arqueología, la educación y recursos como el mapa del Tahuantinsuyo, podemos conocer cada vez más detalles de cómo funcionaba esta sociedad tan avanzada.
En un momento como el actual, donde muchas veces parece que lo económico lo domina todo, mirar hacia civilizaciones como la inca puede inspirarnos a pensar en nuevos modelos de organización, respeto y equilibrio. Porque sí, vivieron hace siglos… pero muchas de sus ideas siguen siendo tan válidas como entonces.