Según las crónicas pertenecientes a la época de la Revolución Francesa, muchos fueron los hombres que mojaron sus pañuelos en la sangre del rey Luis XVI (1754-1793) cuando este murió decapitado públicamente tras ser juzgado por un delito de traición. Los ciudadanos tomaron una pequeña muestra de su sangre para poder conservar un recuerdo de ese momento histórico, y gracias a ese acto, se ha podido desvelar hace tan sólo unos días que el monarca francés estuvo vinculado consanguíneamente con el rey Enrique IV de Francia (1589-1610), hallazgo que desmiente la creencia extendida de que Luis XIV (conocido como “El Rey Sol”) no era en realidad hijo de Luis XIII, sino del influyente cardenal Mazarino.
Y todo este gran descubrimiento se lo debemos a una calabaza.
Hace más de un siglo que una familia boloñesa guarda como un tesoro una longeva calabaza seca con forma de botella. Durante la Revolución Francesa fue decorada con motivos muy elaborados y diversos retratos de algunos de los protagonistas de la revolución francesa, como George Danton, Maximilien Robespierre, Camilla Desmoulins, Louis-Sébastien Mercier, Jean Paul Marat, y de los monarcas ajusticiados Luis XVI, María Antonieta y su hijo Charles-Louis de Bourbon.
Alrededor de la base circular de la calabaza, se escribieron en francés tres inscripciones de especial interés con la técnica del pirograbado.
“Lo más interesante es posiblemente el texto escrito junto a los retratos, en el que se explica la historia de uno de los testigos de la ejecución”, comenta el barcelonés y doctor en biología, Carles Lalueza-Fox, quien trabaja en el Instituto de Biología Evolutiva, un centro mixto del CSIC y la Universitat Pompeu Fabra.
Los textos dicen así: «Maximilien Bourdaloue el 21 de enero de este año, empapó su pañuelo en la sangre de Luis XVI después de su decapitación. Una vez coagulada la sangre, depositó el pañuelo en la calabaza y me lo entregó a mí por dos billetes de diez francos. T. Pes c.f. L.er. F. Aegnauld«.
Y por último, en la tercera inscripción se puede leer: «Yo me encargué de mandarlo decorar – Una decoración que corrió a manos del artista parisino Jean Roux, quien terminó la obra el 18 de septiembre de 1793- para poder hacerle un regalo de a la mismísima Águila, quien me traerá quinientos francos«.
Sobre esto último, Lalueza-Fox aclara que la intención de Bourdaloue era vender la calabaza por 500 francos a “El Águila”, apodo que podría hacer referencia a un joven Napoleón Bonaparte, ya que como se conoce, esa ave se convertiría en su símbolo imperial.
La familia dueña de esta calabaza valorada en 2 millones de euros, sintió curiosidad por saber si de verdad su pequeña reliquia había portado alguna vez el pañuelo impregnado de la sangre arterial del guillotinado Luis XVI. El pañuelo llevaba desaparecido muchos años, sin embargo, todavía podía observarse residuos oscuros en la calabaza que bien podrían ser restos de sangre seca.
Al ponerse en contacto con los científicos de la Universidad de Bolonia, éstos en un principio pensaron que se trataba de una extraña broma. Pero poco después constataron que la familia poseía una carta de un museo francés que confirmaba la autenticidad de la calabaza.
Finalmente, los científicos recuperaron el ADN mitocondrial y el cromosoma Y del individuo del que procedía la sangre. Probaron con ello, que se trataba de un varón europeo y que sus datos genéticos provenían de linajes difíciles de encontrar en las bases de datos que se manejan actualmente. “El ADN mitocondrial corresponde a un raro linaje N1b, presente en sólo dos europeos de un total de casi 21.000 estudiados. El Y corresponde a un linaje G2a no descrito entre 21.800 europeos analizados”, puntualizaba Lalueza-Fox.
Además, los investigadores confirmaron que el sujeto tenía la mutación que determina que el color de los ojos sea azul, la cual se localiza en el gen HERC2, y gracias a los diferentes retratos de la época, entre los que destacan los que pintaron Antoine- François Callet en 1786 y Joseph-Siffred Duplessis en 1777, se pudo comprobar que el rey Luis XVI tenía los ojos de ese mismo color.
En un principio, la única manera que contemplaron para demostrar definitivamente que se trata de Luis XVI era comparando el cromosoma Y con el perfil genético del corazón momificado atribuido a su hijo Luis XVII (cuyo nombre secular era Louis-Charles de Bourbon), quien murió en prisión en 1795 a la edad de diez años, supuestamente por tuberculosis, y que hoy día se conserva en la Basílica de Saint Denis, en París (tradicional punto de entierro de los reyes de Francia).
“Intentamos certificar la autenticidad de la muestra buscando posibles parientes vivos del rey, pero no se localizó a ninguno”, agregó Lalueza-Fox.
Sin embargo, los resultados de ADN mitocondrial que identificaron Louis-Charles como hijo de María Antonieta, no servían para demostrar que la sangre de la calabaza pertenecía realmente a Luis XVI, por ello los investigadores tuvieron que buscar otras formas de comprobación. Se les ocurrió entonces recurrir a la cabeza momificada de Enrique IV, que había sido identificada en 2010.
Enrique IV murió el 14 de mayo de 1610 tras ser víctima de un cruel asesinato. Fue enterrado también en la cripta de la basílica de Saint Denis, pero durante la revolución el cadáver se profanó, al separarle el cuerpo de la cabeza. No se supo nada de ésta hasta finales del siglo XIX, cuando apareció en la colección de un conde alemán, que fue adquirida por un especialista francés de antigüedades en 1919.
Después, fue revendida a una pareja de jubilados, que la entregaron a Luis de Borbón (el actual jefe de los borbones franceses). Desde entonces, se encuentra debidamente guardada dentro de la caja fuerte de un banco, aunque hasta ahora no se había podido confirmar su autenticidad.
Philippe Charlier, el director del equipo forense del hospital Raymond Poincaré de Garches (París) destacó que “la cabeza de Enrique IV gracias a su momificación se encuentra en muy buen estado de conservación”, con los huesos del cráneo, y también restos de piel, músculos y pelo.
Después de recuperar varias secuencias de ADN mitocondrial y un perfil parcial del cromosoma, descubrieron múltiples alelos de un haplotipo (combinación de alelos de diferentes locus de un cromosoma) extremadamente raro, que se encuentra en los restos de sangre dentro de la calabaza. Las pruebas por tanto, demuestran que Enrique IV y Luis XVI «tienen el mismo patrimonio genético que pasa por los padres» indicó el forense.
«Hay ciertas secuencias del cromosoma Y (los transmitidos por los padres) que comparten los restos analizados de estos dos personajes históricos a los que separan siete generaciones” añadió Charlier que asegura con contundencia que entre “ellos hay una relación directa a través de sus padres. Así que se podría decir que no hay absolutamente ninguna duda sobre el parentesco”.
Por otro lado, Lalueza-Fox se muestra más prudente, aunque ratifica lo que dice su colega, «Se trata de alrededor de 250 veces más probable que ambos monarcas estén relacionados, a que no lo estén (…) y sería «muy sorprendente» si los restos finalmente, no pertenecieran a los dos monarcas asesinados”, agregó.