Hallan un adorno nasal hecho con hueso humano en México

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Leopoldo Ágreda Lovera
Nací en Mérida, un estado andino de Venezuela pero me crié en Caracas la ciudad donde crecí, observando el Ávila y haciéndome las preguntas más importantes sobre la vida, la sociedad y el universo, rodeado de árboles y el sabor agridulce de toda gran ciudad. En el trayecto de mi vida, conocí las calles y sus gentes, las cuales me ayudaron a formarme un mejor criterio de la existencia humana y las ciencias sociales, para luego estudiar en la Universidad Central de Venezuela, donde me he formado como historiador y pensador social. La lectura es uno de mis grandes vínculos con el pasado y la esencia de la humanidad, ya que como dijo Descartes, leer es como tener una conversación con las grandes mentes de la historia; el ajedrez es otra de mis grandes pasiones, ya que me ha ayudado a desarrollar una mejor comprensión de la vida, que junto a la música, forman los tres pilares de mis gustos actuales. Soy familiar, amante de la naturaleza y los animales, porque en ellos ves la esencia de la filosofía y de Dios.

Por vez primera en la historia de las exploraciones en la Zona Arqueológica de Palenque, en Chiapas, fue localizado un adorno nasal con una elocuente escena tallada, un atavío elaborado en hueso humano que portaban gobernantes y sacerdotes de esta antigua ciudad, durante ceremonias en que encarnaban a K’awiil, el dios maya del maíz y la fertilidad.

La extraordinaria pieza formaba parte de un depósito ritual colocado en el periodo Clásico Tardío (600 y 850 d.C.), para conmemorar la terminación de un edificio, una estructura sobre la cual se construyó la Casa C del Palacio, complejo arquitectónico que ha sido motivo de trabajos de conservación por parte de la Secretaría de Cultura federal, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

El director del Proyecto Arqueológico Palenque (PAP), Arnoldo González Cruz, detalla que la ubicación de este depósito se dio durante exploraciones para confirmar o descartar la existencia de una escalinata en el desplante de dicha subestructura, en el lado sur, tal y como ocurrió en el extremo opuesto.

En su lugar, se localizó un piso de estuco remetido bajo un paramento, el cual topa con muro.

Durante la limpieza del área se registró una oquedad de 26 centímetros de diámetro y 30 centímetros de profundidad, que presentaba un relleno de tierra arcillosa con restos de carbón.

Al hacer la criba, se recuperaron restos de animales, carbón, navajas de obsidiana y fragmentos de un punzón de hueso con inscripciones apenas perceptibles. El depósito estaba sellado con piezas acomodadas sobre tierra quemada.

“La matriz de tierra era muy oscura, con alta cantidad de carbón, y entremezclados aparecieron semillas, huesos de peces, tortugas, mamíferos pequeños, navajillas de obsidiana, unos trozos grandes de carbón y, entre ellos, un adorno nasal de hueso”, refiere el investigador del Centro INAH Chiapas.

Dicha pieza es de notable mérito estético por su composición; así como la firmeza, precisión y combinación de sus trazos de talla, ejecutados en apenas 6.4 centímetros de largo por 5.2 de ancho, y un grosor de 5 centímetros en la parte inferior, que va decreciendo hacia la superior.

El atavío fue manufacturado con la parte anterior de una tibia distal, con el fin de aprovechar la cresta que recorre la diáfisis del hueso.

Como producto terminado, su propósito era que la cresta duplicara el eje de la nariz y se proyectara sobre la frente de su portador; además, que la cresta formara una línea divisoria de la escena del ornamento.

En la mitad izquierda de la pieza se grabó el perfil de un hombre portando tocado con la cabeza de un ave, muñequeras tubulares, collar de cuentas esféricas y una orejera con contrapeso; en el brazo izquierdo muestra el glifo maya ak’ab’, “oscuridad” o “noche”, mientras el derecho se extiende y corta en la cresta, para continuar del otro lado de la pieza, donde sujeta un objeto largo y delgado.

A partir de donde el personaje toma el objeto, la banda está decorada con líneas verticales y un amarre en forma de cuadrete.

En la parte baja se encuentra la representación de un cráneo humano sin mandíbula inferior, del que afloran extremos nudosos y huesos largos. La calavera está colocada sobre lo que parece un bulto de tela marcado con bandas cruzadas.

La cresta del hueso con que se elaboró el adorno nasal se presenta como el límite de un portal que el personaje cruza para comunicarse con los dioses y antepasados, escena común en el arte maya del periodo Clásico (250-900 d.C.).

Otro aspecto a resaltar es el bulto que carga el personaje. Los bultos funerarios eran una práctica común entre los antiguos mayas, los cuales están presentes en la iconografía”, indica el coordinador del PAP.

Explica que la nariguera era parte del atavío de la élite de la urbe, debido a que aparece en varias representaciones escultóricas, como el sarcófago del Templo de las Inscripciones, el Tablero Oval de la Casa E y el Trono del Templo XXI, siendo portado por los ajaw Yohl Ik’nal, Sak K’uk’, Pakal I y Pakal II.

“Creemos que se utilizaba para personificar a la deidad del maíz, pues uno de los rasgos característicos de la divinidad es la forma de la cabeza extremadamente elongada y perfil que terminaba en punta, que parece emular a una mazorca, la cual se vuelve larga y estrecha conforme crece.

Los palencanos buscaron reproducir la cabeza de este dios mediante la deformación craneal de manera intencional. La forma tabular oblicua y el uso del adorno nasal permitían cubrir el puente de la nariz, para que el perfil, desde la punta de la nariz hasta la frente, fuera una línea continua y casi recta”, detalla.

Aunque faltan análisis para determinar los procesos de manufactura, el tipo de herramientas utilizadas e, incluso, la resina que fijaba el objeto al puente de la nariz, el arqueólogo concluye que su importancia radica en que “es un ejemplo de la sensibilidad artística maya, mientras que su mensaje iconográfico y conceptual ilumina creencias de los antiguos palencanos sobre el culto funerario y la existencia ultraterrena del ser humano”.

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