La caída de Roma en el año 476 se dio tras un proceso de siglos de incursiones de los pueblos bárbaros, que les llevaron a mezclarse culturalmente con los romanos de las zonas limítrofes hasta que, debido a la ruinosa economía, comenzaron a iniciarse diferentes sublevaciones a lo largo del imperio que llevaron a estos pueblos germanos a provocar la caída del imperio más importante de Europa en la antigüedad.
Características de los pueblos germanos
Los germanos eran un conjunto de pueblos, habitantes de la Germania [1] que tuvieron como núcleo de su desarrollo a la Península Escandinava y con el tiempo, fueron poblando tierras hacia el interior de Europa.
Estos pueblos vivían en estado de barbarie, o sea, carentes de civilización. Practicaban formas de arte muy rústicas, no tenían ciencia, ni literatura, ni Estado ni reyes. Solo elegían jefes militares en tiempos de guerra.
Vivían en chozas o tiendas, siempre en disposición de emigrar a nuevas regiones para saquear, llevando una vida seminómada. Los germanos eran amantes de guerrear y a ello dedicaban la mayor parte de sus vidas. De hecho todos los hombres adultos eran guerreros y algunos no trabajaban y vivían solo de la guerra, ya fuera contra pueblos extranjeros o no extranjeros, persiguiendo mejores lugares de pastoreo y abundancia de animales para la caza.
Ésta precisamente, junto con la ganadería y la agricultura, eran sus actividades económicas principales, aunque esta última no era muy practicada. Sus creencias religiosas estaban al tono de su temperamento belicoso. Eran politeístas siendo algunos de sus dioses principales eran Odín (dios de la guerra y la sabiduría), Thor (dios del trueno) y Forseti (dios de la justicia y la verdad).
A pesar de su atraso cultural y material, guardaban dentro de si los más nobles sentimientos: amaban la libertad y la igualdad, nunca se les vio caer en la degradación ni el vicio y les guardaban fidelidad a sus mujeres, eran monógamos.
Se dividían en tribus y estas a su vez se agrupaban en clanes, donde cada clan elegía a sus jefes. No existía entre ellos la propiedad privada de la tierra, sino que esta pertenecía a todo el clan y era cultivada en común.
No existían clases sociales, todos eran iguales ante la ley.
A partir del siglo I d.c. fundamentalmente, la forma de vida de las tribus germanas comenzó a cambiar. Fueron adoptando cada vez más el sedentarismo, cada clan comenzó a habitar una aldea y cada familia ya tenía su casa con sus dependencias, surgiendo entre ellos la propiedad privada.
La agricultura fue tomando más fuerza y necesitaban grandes extensiones de tierras cultivables, pues no tenían destreza agraria y no las explotaban al máximo de su rendimiento. Al existir la propiedad privada, los jefes militares se fueron adjudicando los lotes mas grandes y mejores, alterando de este modo la igualdad entre los miembros del clan, originando así la nobleza clanal.
Hacia el siglo IV se propagó entre los germanos la corriente religiosa del arrianismo [2], producto del contacto con el Imperio Romano.
Para la guerra se agrupaban en destacamentos con jefes militares a su cabeza y después de una expedición triunfal, se repartía el botín por sorteo. Los jefes recibían la una parte mayor y de este modo fueron acumulando riquezas, así se fue separando la nobleza del clan, de la nobleza militar.
Los prisioneros de guerra eran frecuentemente reducidos a esclavos, los cuales tenían sus chozas con su hacienda, pagaban a sus amos un tributo en granos, tejidos y ganado.
Las tribus germanas resolvían sus asuntos de importancia en asambleas populares, a la cual iban todos los hombres adultos. Aquí, solo los nobles tomaban la palabra para hacer proposiciones y si los guerreros estaban de acuerdo con lo planteado, hacían sonar sus armas para expresar su conformidad y si no lo estaban, se alzaba un clamoroso griterío.
Las asambleas populares juzgaban los crímenes considerados más graves entre los bárbaros, muchas veces relacionados con la actitud floja en la batalla o con la traición. En algunas tribus surgieron reyes, elegidos entre los miembros de la nobleza en donde su poder era delegado y no hereditario.
Invasiones bárbaras a Roma de los s.IV y V
Durante toda la época del Imperio Romano, el Rin y el Danubio fueron las fronteras naturales que lo separaban de los bárbaros. Los romanos habían construido a todo lo largo de estos límites, una serie de fortificaciones, fosos y puestos de avanzada, con el fin de parar la penetración bárbara, la cual durante los s.III y I, se vio aumentada, fundamentalmente de forma pacífica.
Muchos germanos se mezclaron con los romanos, se educaban a la forma romana y se alistaban en los ejércitos imperiales. En los dos siglos siguientes, ya el proceso se tornaría violento y al Imperio Romano cada vez se le hacía más difícil contener las invasiones.
El Imperio, con su cruel explotación de esclavos y colonos y los pesados impuestos, se hacía odioso ante todos los trabajadores. A partir del s.III, se comenzaron a producir sublevaciones en diversas partes del Imperio donde la economía ya era ruinosa, el comercio languidecía y las ciudades se despoblaban.
Hacia la segunda mitad del s.IV la situación se hizo incontenible. Fuerzas bárbaras coaligadas impactaban y abrían brechas en las cadenas fortificadas fronterizas, un hecho que lo evidencia es la Batalla de Adrianópolis (9 de agosto del 378). Simultáneamente, esclavos y colonos se sublevaban o se pasaban al lado de los bárbaros, a los que veían como salvadores, porque entre ellos no existía la cruel explotación de clases ni los pesados impuestos del Imperio Romano.
Los invasores, predominantemente germanos, tomaron posesión de grandes territorios del Imperio Romano de Occidente y fundaron en ellos sus Estados.
El saqueo de Roma del 410
Los visigodos tomaron Roma en el año 410 y la saquearon durante tres días, para luego llegar a un acuerdo con los romanos, que les ofrecieron tierras en la Galia meridional y en la Hispania para que se asentaran y abandonaran la ciudad.
De este modo, los visigodos fundaron el primer Estado Bárbaro: El Reino Visigodo de Tolosa. Antes estos llegar, varios pueblos vivían en la Península Ibérica y de estos, el más notable era el de los vándalos, los cuales fueron expulsados por los visigodos hacia el norte de África, donde fundaron el Reino Vándalo (429-524).
El saqueo de Roma del 445
En el año 445 el rey de los vándalos, Genserico, lideró un soberbio saqueo sobre Roma que duró 14 días. En esos tiempos, el pueblo mongólico de los hunos causó muchos problemas al languideciente Imperio Romano de Occidente. Sus dominios se extendían desde el Volga hasta el Rin, pero tras la Batalla de los Campos Cataláunicos (20 de junio de 451) donde fueron derrotados Atila y sus guerreros por el general Flavio Aecio.
Los hunos se retiraron parcialmente y luego continuaron con sus ataques. Dos años mas tarde (453) moría su gran líder, quedando acéfalo el gran ejército oriental.
La caída del Imperio Romano de Occidente
Los francos, otro pueblo germano, avanzaban de norte a sur conquistando la Galia. En el año 476, el hérulo Odoacro, frente a un destacamento compuesto por varias tribus bárbaras, se adueñó del poder en la región de Italia y depuso al emperador niño Rómulo Augústulo, poniendo fin a la existencia del Imperio Romano de Occidente y fundando el Estado de Odoacro (476-493).
Acabaron prácticamente la vida urbana, la cultura, los oficios y el comercio en el Occidente. En Gran Bretaña se instalaron los anglos, sajones, pictos y bretones, entre otros pueblos de origen nórdico.
En los actuales Países Bajos se asentaron los bátavos, sajones y francos y más al norte, en la Península de Jutlandia (Dinamarca), habitaban los jutos.
En la Europa Central convivía una urdimbre de pueblos germanos entre los que se encontraban los alamanes, turingios, y longobardos, al este, en la cuenca del Vístula y hacia el Oriente, se hallaban los suevos.
El reinado de Odoacro en Italia fue de solo 17 años ya que en el año 493 fue asesinado por el rey Teodorico y su reino cayó conquistado. El Imperio Romano de Oriente se mantuvo en pie y devino en el llamado Imperio Bizantino (476-1453), refugio de la cultura y la ciencia greco-latinas.
Los Estados romano-germánicos
A los reinos que surgieron como resultado de las invasiones se les llama romano-germánicos, por el hecho de que en las tierras ocupadas por los invasores norteños, la gran mayoría de la población era romana o nativa romanizada por resultado de la mezcla antes explicada. En medio de sociedad, los germanos representaban una minoría.
En su conjunto, los germanos que invadieron no excedían del millón, cuando la población de los territorios conquistados era de alrededor 50 millones. Los jefes militares y la nobleza fortalecieron sus posiciones como resultado de las conquistas.
Para mantener las posesiones y hacer frente a cualquier amenaza se hizo necesario un poder centralizado. A medida que el rey repartía el botín y las riquezas entre los guerreros, su poder se mantenía y fortalecía, en tanto que las asambleas populares iban perdiendo fuelle.
Los reyes exigían cada vez mas una obediencia incondicional. La mezcla que había comenzado en tiempos del Imperio ahora se catalizó y dio lugar a pueblos que harían historia, al nacer unidades étnico-culturales que fueron los embriones de importantes naciones europeas actuales.
Los jefes guerreros se hicieron grandes dóminus y muchos de los campesinos germanos se hicieron colonos, lo mismo pasó con los antiguos esclavos y pobladores libres de los territorios conquistados.
Bibliografía:
- E.A. Kosminsky: Historia de la Edad Media.
- Historia de la Edad Media I. Instituto Cubano del Libro 1975.
- Marino Pérez Durán: Historia General.
Artículo escrito por Miguel Montero Ochoa de la Universidad de Holguín para Red Historia.
[1] Nombre que dieron los romanos a una gran área, con límites no precisos. En general se puede decir que limitaba al oeste con el Rin, al noreste con el Vístula y los Cárpatos, al sur por el Danubio, y el norte por el mar Germánico y Mar Báltico. El límite por el este no estaba bien fijado, uno aproximado podría ser Sarmacia y Dacia.
[2] Conjunto de doctrinas cristianas expuestas por Arrio, presbítero de Alejandría. Según esta doctrina se pone en duda la condición divina de Jesús.