Revelan el pasado prehispánico y virreinal de la antigua Escuela de Jurisprudencia

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Leopoldo Ágreda Lovera
Nací en Mérida, un estado andino de Venezuela pero me crié en Caracas la ciudad donde crecí, observando el Ávila y haciéndome las preguntas más importantes sobre la vida, la sociedad y el universo, rodeado de árboles y el sabor agridulce de toda gran ciudad. En el trayecto de mi vida, conocí las calles y sus gentes, las cuales me ayudaron a formarme un mejor criterio de la existencia humana y las ciencias sociales, para luego estudiar en la Universidad Central de Venezuela, donde me he formado como historiador y pensador social. La lectura es uno de mis grandes vínculos con el pasado y la esencia de la humanidad, ya que como dijo Descartes, leer es como tener una conversación con las grandes mentes de la historia; el ajedrez es otra de mis grandes pasiones, ya que me ha ayudado a desarrollar una mejor comprensión de la vida, que junto a la música, forman los tres pilares de mis gustos actuales. Soy familiar, amante de la naturaleza y los animales, porque en ellos ves la esencia de la filosofía y de Dios.

En el subsuelo del Centro Histórico de la Ciudad de México, dentro de la antigua Escuela de Jurisprudencia, personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) no solo ha recuperado una notable escultura con forma de cabeza serpiente, dada a conocer en días recientes, sino también importantes vestigios prehispánicos y virreinales que narran el devenir de la capital del país.

El proyecto de salvamento arqueológico que la Secretaría de Cultura del Gobierno de México realizó, a través del INAH, en el inmueble de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), reveló la existencia de una edificación mexica, la cual se calcula medía 13.50 metros de ancho por 23.20 de largo.

Los restos del edificio se ubicaron en el ala este –donde se halló la citada escultura policroma– y en el patio central del recinto universitario; en este último espacio se identificó una escalinata con seis escalones, un dado arquitectónico y una alfarda que, gracias al manto freático capitalino, conserva su recubrimiento original de estuco.

De acuerdo con la arqueóloga Moramay Estrada Vázquez, quien coordinó el proyecto San Ildefonso 28, de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) del INAH, la escalinata está orientada al norte, de allí que habría podido pertenecer a un inmueble de acceso al Recinto Sagrado de Tenochtitlan.

A partir del análisis de la secuencia de pisos, los expertos han asociado a la arquitectura descubierta con la quinta etapa constructiva del Templo Mayor, correspondiente a los años que median entre los gobiernos de Axayácatl (1469-1481), Tízoc (1481-1486) y Ahuízotl (1486-1502).

Cabe destacar que, además de la cabeza de reptil, el salvamento arqueológico permitió recuperar otras dos esculturas: el fragmento de una figura antropomorfa, a manera de portaestandarte, que lleva un taparrabo, y un clavo arquitectónico o espiga, con forma de cráneo humano.

Pasado conventual

A la par de los elementos prehispánicos, se resguardaron elementos novohispanos, como tiestos de mayólica, porcelana china y huesos de cerdos, vacas, borregos y gallinas domésticas, que brindan pistas sobre la vida cotidiana del Convento y Templo de Santa Catalina de Siena, cuyos antecedentes constructivos, en esta misma sección de la ciudad, se remontan a 1594.

En el patio central del edificio de la UNAM se localizó también un contexto con numerosos restos óseos masculinos, femeninos, juveniles e, incluso, fetales.

Para la antropóloga física Elena Calderón Cuéllar, la abundancia de elementos óseos y el hecho de que muchos estaban sobrepuestos indica que el área fue usada como una zona de enterramiento, tanto para las religiosas que formaban parte del convento como para personas ajenas a él.

En materia arquitectónica, se descubrió un confesionario, de 1.90 metros de altura, tallado sobre una de las paredes del templo virreinal entre los siglos XVI y XVII, el cual permaneció en uso hasta el siglo XIX, según denotan las renivelaciones de su piso a lo largo del tiempo.

Por su parte, la referida escultura prehispánica con forma de serpiente, la cual conserva restos de color y motivos florales; un remate decorativo que inicia en el rostro de un querubín y se despliega bajo la forma de una concha marina, el cual logró preservar las oquedades que permitían a las monjas recibir el sacramento de la confesión desde su clausura.

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