El socialismo utópico a la mediterránea: la Colonia Santa Eulalia

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Robert Owen, galés nacido en 1771 y considerado padre del cooperativismo, creía firmemente que el devenir de un hombre en la vida tendría mucho que ver con las circunstancias que le hubiera tocado vivir. Era un firme defensor de que el entorno era importante y precisamente por ello ideó sus aldeas comunitarias como la Colonia Santa Eulalia, donde una comunidad se instalaría en una ciudad de nueva creación que se encargaría de cultivar y manufacturar.

Estas ciudades de nueva factura desde luego dependían de la voluntad creadora de un terrateniente o industrial, pero Owen apostaba por que, inspirados en un nuevo orden moral basado en la razón y también en la fraternidad humana, éstos estuviesen dispuestos a llevar estas empresas adelante, mejorando la calidad de vida de sus empleados.

Colonias owenianas aparecieron en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Argelia, Brasil o México. Y también en España. Entendiendo que el contexto debió sin duda de modular el carácter de estas colonias según surgieran en un país u otro, nos gustaría centrarnos en una de ellas, tratando de analizar su evolución desde el contexto social y político con que tuvo que lidiar.

La Colonia Santa Eulalia

En el interior de Alicante, entre los términos municipales de Sax y Villena se construyó la Colonia Santa Eulalia. El proyecto sin duda fue una mezcla de la influencia del socialismo utópico con la oportuna promulgación de una ley de 1868 que favorecía la creación de este tipo de de sociedades de gestión del suelo agrícola.

Hay que entender que se trataba de propiciar la creación de sustento para las gentes del campo que estaban emigrando a las ciudades despoblando las poblaciones con menos futuro. Sin embargo, la picaresca floreció en estos casos y se sabe de muchos de estos proyectos que fueron sancionados por no cumplir con los requisitos para obtener los beneficios fiscales que la ley proponía.

En cualquier caso, la Colonia Santa Eulalia consiguió, durante varias décadas, sacar adelante no solo las tierras de labor, sino también una fábrica de harinas y una alcoholera. La fisonomía de la ciudad en miniatura incluía todo lo necesario para que una comunidad fuera autosuficiente no sólo en lo concerniente a las necesidades básicas, sino que también incluía elementos cohesionadores de la vida social como un casino, una hospedería e incluso un pequeño teatro donde compañías de renombre programaron espectáculos de zarzuela.

Si todo ello fue para disfrute de los habitantes o para los dueños de todo aquello, es algo que las ruinas que ahora mismo quedan de esta ciudad en miniatura no pueden contarnos, pero lo cierto es que Antonio de Padúa, conde de Alcudia y Gestalgar y María Avial , vizcondesa de Alcira, asociados a Mariano Roncali, consiguieron que la colonia tuviera incluso su propia estación de tren y gozara de muchos años de florecimiento económico hasta su decadencia en los años veinte, donde el abandono de las tierras de labor y la posterior Guerra Civil le pusieron fin.

Tras este proyecto, utópico sin duda y que nació de la mano de Owen como respuesta a la lucha de clases pensando más bien en las manos tendidas entre ellas, se esconden sin duda historias que vienen a demostrar que las cosas no cambiaron tanto. La colonia se convirtió en el lugar de intercambio social de moda entre las clases altas y su casinete inicial tuvo como rival un auténtico casino ubicado en el palacete.

Con espléndidas bodegas y mesas de juego, la colonia fue una suerte de reducto de juergas de gente acomodada. No en vano el propio Conde falleció en la colonia tras una noche de excesos y celos en el casino, dando lugar a parte de la leyenda paranormal local.

Sin duda, esperar que las predicciones de Owen se llevaran a cabo sin matices era complicado, pero desde luego el experimento tuvo su momento de esplendor y quien sabe si en el contexto de una Europa en paz no habrían podido perdurar en el tiempo.

De cualquier modo, desde un punto de vista urbanístico no dejan de ser creaciones muy interesantes, ya que permiten la creación desde cero, obviando la historia que las ciudades arrastran y que con frecuencia obliga al planeador a parchear, sin la oportunidad de tener ante sí una hoja en blanco en la que proyectar un espacio para la vida humana.

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