La declaración de los dólmenes de Antequera como Patrimonio Mundial hace ahora tres años ha despertado un importante interés ciudadano por este conjunto de monumentos megalíticos encabezados por la grandiosa construcción adintelada de Menga, joya indiscutible de este enclave cuya carga histórica supera ampliamente a lo perceptible a simple vista.
Tal extremo queda reflejado, por ejemplo, en el estudio publicado en 2018 con el título ‘Punto de referencia del pasado en el paisaje megalítico de Antequera: Una aproximación multidisciplinar al arte rupestre del abrigo de Matacabras’, que aborda la relación entre el dolmen de Menga y la Peña de los Enamorados, hacia la que está orientado el eje de dicha construcción prehistórica.
Y es que los autores de tal trabajo recuerdan en su texto que “recientes investigaciones sugieren” que los dólmenes de Antequera tuvieron una “excepcionalmente larga” utilización durante “la Prehistoria tardía, la Edad del Hierro, la Antigüedad, la Edad Media e incluso la Historia Moderna”, precisando que el megalito de Menga “fue repetidamente usado como lugar de enterramiento” entre los siglos cuarto y undécimo de la era actual y más tarde como “redil, morada o quizá para el aprovisionamiento de agua” gracias al pozo descubierto en su interior.
Precisamente en este contexto se encuadra una llamativa investigación de 2016 titulada ‘Proyectiles de 9 mm hallados en el atrio del dolmen de Menga ¿Testimonio de la Guerra Civil Española?’, trabajo publicado en la Revista de Prehistoria de Andalucía, editada por la Administración autonómica de dicha región.
Este estudio, elaborado por los investigadores de la Universidad de Sevilla Leonardo García Sanjuán, Mark Hunt y Coronada Mora; Ángel Rodríguez Larrarte de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y Gonzalo Aranda de la Universidad de Granada, gira en torno a 23 balas descubiertas en 1991 en el atrio de la citada construcción megalítica, en el marco de unas excavaciones arqueológicas promovidas entonces por la Universidad de Málaga.
El «extraño contexto» de los proyectiles
Aunque los autores de este trabajo admiten las “limitaciones” implícitas en la ausencia de “documentación sobre la distribución espacial de los proyectiles que permita valorar su patrón de dispersión” o en la falta de los casquillos de las balas, lo cierto es que gracias a la “caracterización morfológica y tecnológica” de los artefactos, su “valoración balística y forense” y datos históricos, ha sido posible formular una teoría sobre la presencia de “munición de armas del siglo XX en un contexto arquitectónico y espacial en principio completamente extraño” para tales materiales.
Según los resultados de este estudio, los 23 proyectiles corresponden a un calibre de 9 milímetros Largo o “9 mm Parabellum (…) disparados con un arma adecuada profesionalmente para tal fin, puesto que presentan marcas longitudinales que indican que fueron propulsados a través de un cañón estriado”, toda vez que la munición de dicho calibre fue “muy común en la Guerra Civil española, siendo utilizada en armas cortas como las pistolas Astra-M400, Astra Cóndor, Campo Giro-M1910 y Campo Giro-M1912 y armas largas como la carabina Destroyer o el subfusil Labora”.
A partir de tal premisa, los autores de este estudio se apoyan en las investigaciones previas del miembro del Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Málaga Miguel Ángel Melero Vargas, sobre el desarrollo de la Guerra Civil en dicha provincia y las diferentes “violencias” perpetradas en Antequera a partir de la rebelión militar de julio de 1936.
La «violencia» de la Guerra Civil en Antequera
“En primer lugar cabe considerar la violencia ejercida desde el bando republicano, que se dejó notar entre el 19 de julio y el 8 de agosto de 1936. Por otro lado, está la violencia represiva ejercida desde el bando sublevado a partir de la ocupación de Antequera por las tropas rebeldes el 12 de agosto de 1936”, precisa este estudio merced a las indagaciones de Melero Vargas, según las cuales “la represión ejercida por los sublevados en Antequera habría tenido lugar en el interior o exterior de la plaza de toros, donde fueron asesinadas decenas de personas”, mientras “diversos testimonios documentados coinciden en señalar que las ejecuciones sumarias llevadas a cabo por miembros del bando republicano ocurrieron en el entorno del cementerio, donde se encuentran los dólmenes de Menga y Viera”.
Además, pesa en esta investigación el testimonio del que fuera alcalde de Antequera en el momento del golpe de estado de 1936, Antonio García Prieto (PSOE), quien según se recuerda en este trabajo “declaró durante su juicio por parte de un tribunal franquista que un destacado miembro del Comité de Guerra de Antequera le había entregado personalmente una de las muchas armas cortas con las que los milicianos se habían hecho, concretamente una pistola de 9 mm Largo tipo Mauser”. García Prieto, por cierto, fue finalmente fusilado en 1940 a manos del régimen franquista.
Así, fruto del estudio tecnológico, balístico y forense de estos proyectiles y “los datos obtenidos por el historiador Melero Vargas a partir de relatos orales e información archivística”, los autores de esta investigación consideran que tales proyectiles estarían en principio conectados con “los asesinatos llevados a cabo en los días posteriores a la sublevación militar por milicianos de los partidos y sindicatos que apoyaban a la República”.